* Preocupa la falta de rigor en el análisis, el apoyo verbal irrestricto, sin detenerse a pensar en las consecuencias de lo ocurrido como el verdadero, el auténtico punto de inflexión que coloca a México a medio camino entre el resultado del Bogotazo y las medidas de sanidad social aplicadas por la Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina
Gregorio Ortega Molina
El punto de inflexión del nuevo tiempo mexicano, del milenio iniciado con las exequias de la Revolución, no es otro que el “Culiacanazo”.
Olvídense de Ayotzinapa, de la Casa Blanca, de la guerra de Calderón o de la confrontación entre mexicanos debida al bloqueo del Paseo de la Reforma. El discurso del general secretario, Salvador Cienfuegos Zepeda, es ominoso anuncio de que la patria fue conducida a donde nunca debió haber llegado.
“Quiero expresarles la profunda indignación que siento como Alto Mando; pero sobre todo, como un soldado más, dolido por los hechos arteros suscitados el día de ayer aquí en Culiacán, los soldados de tierra, mar y aire, estamos de luto, tristes, con gran dolor, por los viles y cobardes actos en contra de mexicanos valientes y ejemplares.
“Estos mexicanos en uniforme militar, se encontraban cumpliendo con su deber en el poblado de Bacacoragua, municipio de Badiraguato, Sinaloa, para neutralizar a la delincuencia organizada y reducir la violencia, siendo agredidos con armas por delincuentes”.
Leo con detenimiento sus palabras, pienso en el reduccionismo del lenguaje, en la cobardía política del decidir y decir ex post facto, al sacar a los militares a las calles sin el andamiaje legal que los habilite a hacer lo que se espera de ellos: imponer seguridad, para garantizar paz.
Desde el Poder Ejecutivo se encargaron de erosionar la relación entre los soldados y la población cultivada a través del Plan DN-III. Los incidentes violentos fueron explicados. Las muertes inexplicables, trabajadas en los medios; las torturas injustificables, pasadas por encima; las desapariciones, olvidadas. Escuchar la voz de las Fuerzas Armadas requiere que también estén dispuestos a oír los reclamos de la sociedad.
Sí, hay barbarie por parte de los delincuentes, pero ¿quién los armó? ¿Y la que llega desde el lado de la legalidad? La violencia legítima del Estado debe aplicarse. ¿Están legalmente las Fuerzas Armadas realizando tareas de policías? ¿Dónde queda la responsabilidad del Legislativo?
Escalar en la filtración de datos, hechos crueles y perversos de los delincuentes contra los elementos del Ejército y la Marina, facilita que las ONG’s y los mismos delincuentes o los guerrilleros, den a conocer la actitud de los militares contra la sociedad que deben defender, y contra el enemigo que deben llevar a juicio, no a la paz de los sepulcros.
Releamos al general secretario:
“…de manera cobarde y ventajosa nuestros soldados fueron emboscados por otro grupo no contabilizado de enfermos, insanos, bestias criminales con armas de alto calibre, incendiando dos vehículos militares, seres sin conciencia, que basan sus acciones en atemorizar a la gente de bien, que lucran envenenando con drogas a nuestros jóvenes y a nuestros niños.
“En este reprobable suceso resultaron heridos el paramédico de la cruz roja y 10 compañeros nuestros y lamentablemente 5 más perdieron la vida. Cinco jóvenes; jóvenes, mexicanos y militares todos (padres de familia, esposos, hijos y hermanos) que ofrendaron su vida buscando servir a su sociedad”.
¿Es la escalada verbal el anuncio de la escalada armada? La violencia que padecemos parece ir más allá de lo razonable, pero la insania y la perversidad van tan lejos como lo propician las expresiones del lenguaje en el discurso político.
Preocupar la falta de rigor en el análisis, el apoyo verbal irrestricto, sin detenerse a pensar en las consecuencias de lo ocurrido como el verdadero, el auténtico punto de inflexión que coloca a México a medio camino entre el resultado del Bogotazo y las medidas de sanidad social aplicadas por la Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina.
Dijo el general Cienfuegos:
“Este artero y cobarde ataque, no es solo una afrenta al ejército o a las fuerzas armadas, es también una afrenta a la naturaleza humana, a la convivencia colectiva a los principios sociales, a las leyes que nos hemos dado y es también, una afrenta al estado de derecho.
“Esperamos de la sociedad su respaldo moral, su exigencia a las autoridades de procuración y administración de justicia, para que estos y otros criminales que laceran a los mexicanos sufran el castigo que la ley establece.
“A nombre de nuestro comandante supremo, el presidente de la república y de quienes integramos las fuerzas armadas así como de nuestras familias, expreso las más sentidas condolencias a los deudos de estos valientes soldados… Les manifiesto nuestro compromiso para apoyarlos y acompañarlos en esta enorme pena… Ellos, reitero, son héroes del presente a los que todos debemos honrar y agradecer”.
Lo anterior es un acabado trabajo de filigrana lingüística para alentar ideología y mito, a contrapelo de lo que ocurre en la historia contemporánea con la narrativa de la fundación de la Patria, de esa idea de nación que ya no existe porque se empeñan en equipararla a la de las dictaduras de América del Sur, que nos esforzamos olvidar y rechazar, porque ese horror no lo toleramos ni en nuestras más oscuras pesadillas. Pero está frente a nuestros ojos.
Explica Juan José Saer en El concepto de ficción: “La nación, tal como existe en la actualidad, es una construcción ficticia del Estado. Es su proyección fantástica. El Estado elabora una idea de nación, la que es útil para sus fines, y se confunde con ella. El Estado, por otra parte, es siempre el reflejo de una o dos clases que gobiernan.
“… no por poseer una ideología superior sino los medios y el saber técnicos capaces de mantener en su sitio a un gobierno que ya no representa ningún consenso social. La situación que quisiera mostrarse natural, se doblega y vacila bajo el peso de sus contradicciones. Dejando de lado todas las incongruencias teóricas, políticas y morales tales como actuar en nombre del orden anulando la Constitución…”.
Reformulen, entonces, las funciones legales y constitucionales de las Fuerzas Armadas, para que el irrestricto apoyo moral solicitado no provoque en los mexicanos una crisis de conciencia, una contradicción ideológica, una mayor confrontación política que se manifiesta con descontento en las calles, y también con las armas.
No es Iguala, es Culiacán el punto de inflexión del México del nuevo siglo.