* El director de un órgano de difusión impreso, el dueño de una estación de radio o televisión que incluye noticiarios en su barra de transmisión, están al mando de una agencia de investigaciones. Pueden decidir ocultar el resultado, o compartirlo con esa sociedad que es razón de su existencia; pueden optar por hacerse cómplices del poder, o amparados en la legalidad y la constitución confrontarlo, y solicitar el apoyo de los consumidores de información para salir adelante. ¿Quieren estar en la historia, o en la nómina?
A Ignacio Morales Lechuga,
Priscilla Pacheco Romero y
José Manuel Cuéllar Moreno
Gregorio Ortega Molina
Los pasillos de la información son múltiples y van a distinta velocidad, incluso con el concurso del tiempo real. Saber lo que sucede de ninguna manera equivale a conocer la verdad. Proporciona elementos para interpretarla de acuerdo a los intereses de personas, grupos, organizaciones y gobiernos. Los seres humanos solemos acomodarnos a lo que nos conviene.
Ninguna de las biografías de geniales directores de medios o estupendos periodistas nos dirá las razones precisas por las cuales tomaron las decisiones que les crearon un nicho en la historia. Tampoco los ensayos sobre la prensa y la libertad de expresión o el poder de la información. Despliego sobre la mesa de trabajo los libros en los que busqué respuestas sin encontrarlas: Los medios de difusión masiva en México, de Fátima Fernández Christlieb; Medios públicos y democracia, de varios autores; El Estado y la televisión, edición de Nueva Política, dirigida por Javier Wimer Zambrano; El Poder Judicial de la Federación y los medios de comunicación, de varios autores; Le Monde, histoire d’un journal, un journal dans l´histoire, de Jacques Thibau, y Le pouvoir d’informer, de Jean Louis Servan-Schreiber.
Ninguno calma la ansiedad por conocer ese momento y esa razón que determinaron el comportamiento de los medios y sus directores y periodistas ante la historia, salvo esa novela de Georges Simenon, Los anillos de la memoria, que narra las evocaciones, los recuerdos del director de un diario parisino postrado en el hospital después de un infarto. Recordar es lo que te puede decir, con aproximación a la exactitud, el porqué tomaste tal o cual decisión. En el momento el impulso prevalece sobre la razón.
También nos acerca la novela negra que se adentra en los motivos que determinan tanto al policía como al criminal. Investigador e investigado caminan por el mismo sendero. Así lo indica Philip Kerr en Una investigación filosófica: “Tanto la investigación policial como la filosofía parten de la idea de que hay una verdad que puede descubrirse. Nuestras respectivas actividades (habla el rector de la facultad de filosofía al detective) se basan en la existencia de determinados indicios que debemos reunir para construir la verdadera imagen de la realidad. El núcleo central de nuestros respectivos empeños es la búsqueda de sentido, de una verdad que, por algún motivo, está oculta. Una verdad que existe detrás de las apariencias. Nosotros tratamos de traspasar esas apariencias, y a esa búsqueda le damos el nombre de conocimiento.
“Ahora bien, mientras que la comisión de un crimen es algo natural, la tarea del detective, al igual que la del filósofo, es antinatural e implica el análisis crítico de diversas presuposiciones y convicciones, así como el cuestionamiento de ciertas presunciones e intuiciones…”.
¿Cuál, si no, es la tarea de los medios y de las personas que en ellos trabajan? El director de un órgano de difusión impreso, el dueño de una estación de radio o de televisión que incluye noticiarios en su barra de transmisión, están al mando de una agencia de investigaciones. Pueden decidir ocultar el resultado, o compartirlo con esa sociedad que es razón de su existencia; pueden optar por hacerse cómplices del poder, o amparados en la legalidad y la constitución confrontarlo, y solicitar el apoyo de los consumidores de información para salir adelante. ¿Quieren estar en la historia, o en la nómina?
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