* Mientras muchos de los funcionarios públicos gocen de impunidad y se comporten como delincuentes con patente de corso, buena parte de la sociedad tendrá una verdadera debilidad empática por los matones que parecen castigar al Estado y los gobiernos
Gregorio Ortega Molina
Habrá que solicitar respuestas a los psiquiatras, sociólogos y antropólogos, para que podamos comprender esa curiosa y abierta empatía de buena parte de la sociedad, con ciertos criminales. ¿Carisma en el transgresor de la ley y la ética? ¿Hartazgo por los abusos de poder de las autoridades de procuración y administración de justicia, de las fuerzas armadas? A saber, lector.
La empatía suscitada por Pablo Escobar en Colombia puede explicarse por su generosidad, porque sustituyó al Estado. Muchos lo recuerdan y piden por su alma; la que aquí suscitaron y suscitan “El Señor de los Cielos”, Rafael Caro Quintero y su romance con Sarita, y Joaquín El Chapo Guzmán Loera, ¿dónde o por qué se origina?
La lógica del argumento que me dan entre amigos y en la calle resulta implacable: “Por fin hay alguien que se chinga al Estado y al gobierno”. Deduzco que lo ven como una venganza en contra de los abusos que las autoridades cometen en contra de los gobernados.
Creo que Kate del Castillo oculta buena parte de la verdad. Además del posible libro, de la entrevista, de la película o la telenovela, subyace un deseo de conversar con el mito, de tocarlo, de admirarlo, de estar cerca del milagro social, del fenómeno delincuencial, de ese ser que es capaz de responder al Estado por los abusos cometidos en contra de la sociedad. ¿Es así? Lo desconozco, pero algún misterio subyace en esa empatía que la auto-llamada gente normal siente por algunos delincuentes connotados.
Lo he conversado con amigos que, como yo, son seguidores de los novelistas que destacan en lo conocido como novela negra, esas ficciones en las que los detectives parecen ser más delincuentes que los asesinos o los extorsionadores, o los acosadores, como ese personaje tan humanamente descrito por Bernard Minier en No apagues la luz.
Amigos, lectores, busquen Una investigación filosófica de Philip Kerr, o la zaga de Kurt Wallander, el detective iconoclasta de Henning Mankell, o lean Plata quemada, la novela verdad de Ricardo Piglia. “Los detectives que resuelven los casos son esos cabrones que buscan que impere la justicia más allá de las consideraciones legales”, argumentan mis interlocutores.
Y sí, hay películas y novelas emblemáticas. El mejor Simenon es aquel en el que Maigret comprende las razones humanas y éticas del proceder del delincuente.
¿Lección? Sí, la hay, mientras muchos de los funcionarios públicos gocen de impunidad y se comporten como delincuentes con patente de corso, buena parte de la sociedad tendrá una verdadera debilidad empática por los matones que parecen castigar al Estado y los gobiernos.
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