* Profesionalmente me costó superar la mentira, el infundio. Ambos patrones me boletinaron, aunque con más saña Manuel Alonso Muñoz, pero aquí estoy, frente al teclado y con la dignidad intacta, mientras que José Ramón y Salinas Pliego -les puedo asegurar- difícilmente concilian el sueño. Son muchos los gatos que traen en su costal
Gregorio Ortega Molina
Las relaciones humanas son esencialmente políticas. Si así sucede ocasionalmente en el hogar, ocurre a diario en la vida profesional, en las actividades sociales, en el ejercicio del poder. Por norma, aunque no sea cierto, el que manda tiene la razón, dice la verdad.
Los seres humanos difícilmente nos detenemos a observar, vemos lo que nos conviene, escuchamos lo que necesitamos oír para sentirnos bien con nosotros mismos. Lo demás pasa a segundo término, por eso mentimos y también nos convertimos en víctimas del infundio. La Biblia -que muestra el comportamiento humano- lo expresó con claridad. Tenemos oídos y no escuchamos, ojos y no vemos… permanecemos mudos ante lo que nos afecta.
Victimizarse resulta estúpido, pero es peor no preservar lo que consideramos dignidad, cuidar de la honra profesional. Lo he padecido dos veces, sin pruebas ni señales.
Manuel Alonso Muñoz, después de jurarme amistad por su relación con mi padre, y sin derecho de audiencia, me acusó de vender la portada de Páginauno y un reportaje a Ángel Isidoro Rodríguez Saiz “El Divino”. Parte del argumento es que me quedaba con todo un ingreso indebido, y no entregaba a unomásuno su debido porcentaje. Después de un diferendo en tribunales, puesto que lo demandé por difamación, decidió solicitarme el perdón. Lo concedí, no soy de rencores. Tengo el expediente a buen recaudo, porque mis hijos y nietos merecen la verdad.
Un episodio similar propició mi salida de TV Azteca. Mucha responsabilidad y poco salario. Me desempeñaba como jefe de información de los noticieros. No de uno, de todos. Cuando José Ramón Fernández llegó a sustituir a Tristán Canales, también me juró respeto, pero en cuanto se le presentó la oportunidad corrió a intrigarme a la oficina del dueño. El tamaño del oponente era distinto, y el cansancio también. Nunca me escucharon, y nunca lo solicité.
Años después Ricardo Benjamín Salinas Pliego decidió poner de patitas en la calle a José Ramón Fernández y su equipo, pues resultó que, a decir de radio pasillo, ellos sí pasaban la charola. El dueño de la televisora debió hacer público el suceso, pero eligió guardar silencio, porque le molestó dejarse tomar el pelo.
Profesionalmente me costó superar la mentira, el infundio. Ambos patrones me boletinaron, aunque con más saña Manuel Alonso Muñoz, pero aquí estoy, frente al teclado y con la dignidad intacta, mientras que José Ramón y Salinas Pliego -les puedo asegurar- difícilmente concilian el sueño. Son muchos los gatos que traen en su costal.
www.gregorioortega.blog
@OrtegaGregorio