* Estamos ante la ineludible responsabilidad de reconstruir o rehacer o proponer un nuevo proyecto de nación; oportunidad que no debe desaprovecharse. No estamos tras otra República de Weimar y el restablecimiento de la partidocracia
Gregorio Ortega Molina
¿Podemos proceder de alguna manera, para hacer oídos sordos a la contundente convocatoria de confrontación entre mexicanos? ¿Hay manera de pedir el restablecimiento de las instituciones y programas desestructurados o desaparecidos, pero que garantizaron el funcionamiento de un endeble -pero seguro- Estado de bienestar y la democracia? No olvidar que fueron construidos con el propósito de evitar los agravios matutinos constantes.
Escribe Philip Kerr en Una investigación filosófica: “Y, sin embargo…, la mente dotada de razón es la misma que produce monstruos… Por mi parte, encuentro que los aspectos de mi temperamento que me inclinan a la soledad, la mezquindad, la brutalidad y la estupidez tienen más fuerza que las restricciones impuestas por la sociedad. Entiendo perfectamente a aquellos que le han declarado la guerra al mundo”. ¿Dónde ubicas, lector, el temperamento del presidente de México?
No le demos muchas vueltas, tal como el tío Andrés Manuel ha procedido, abre a los mexicanos con concepto de patria y especial responsabilidad para reconstruir o rehacer o proponer un nuevo proyecto de nación, esta oportunidad que no debe desaprovecharse. No estamos tras otra República de Weimar y el restablecimiento de la partidocracia.
María Zambrano, ineludible, lega para nosotros, en Persona y democracia, lo siguiente: “(piden) El sacrificio del privilegio, del lujo máximo de vivir individualmente en beneficio de un Estado que conduce -a ese precio- a una sociedad futura, donde el individuo no tiene ya por qué estar en divergencia, ni en oposición con la sociedad, donde se sentirá en tal unidad como la parte de un todo o el miembro de un organismo. Y no sólo eso. Como es sabido, ha habido quien ha realizado ese sacrificio, llegando hasta a acusarse a sí mismo de actos que no cometió, poniéndose la máscara que tal sacrificio requería. Pues como en las religiones más antiguas, se ha vuelto en ciertos lugares de Europa al uso de la máscara; máscara del que exige el sacrificio y a través del cual se hace eficaz; máscara bajo la cual muere el sacrificio, pues su sola muerte no valdría: ha de morir con una figura -determinada-, ha de morir no él, el individuo en cuestión que se sacrifica por la sociedad futura… Se trata pues de un extraño sacrificio”.
Sí, imposible eludir la responsabilidad, pues de lo contrario nos convertimos en cómplices eternos del más horroroso patricidio.
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