* El tiempo real es el novedoso instrumento del poder. Su fuerza se mide en pixeles, bites, troles, pero usarlos requiere de una mentalidad entrenada en los efectos inmediatos de lo instantáneo, de saber, al segundo, lo que ya no puede esperar al noticiario o al rompimiento de programación
Gregorio Ortega Molina
La presencia y fuerza del poder se modificó en la medida que variaron los instrumentos para hacerlo sentir, para imponerlo, indultar y olvidarse de los crímenes de lesa majestad cometidos en su contra, al fin y al cabo eso es el perdón: olvido.
Nada como el uso del tiempo real para que las atribuciones y abusos del poder se manifiesten. El estratega político de Donald Trump que conceptuó la idea de imponer la autoridad y el temor vía twitter, conoce a la perfección el valor de ese instrumento: humilla y avasalla, inspira miedo y amilana -mediante el desafío- desde el momento en que el interlocutor quedó convertido en un mensaje, porque ni manera de verle el rostro, mirarlo directamente a los ojos, con el propósito de discernir qué se trae, verdaderamente, entre manos.
Al Señor le dio tiempo de sepultar al ejército del faraón con las aguas del Mar Rojo; de haber poseído los egipcios misiles V2 en funcionamiento, otra comunidad habría fundado el Estado de Israel, la Tierra Prometida hubiese sido destinada a otro pueblo elegido por Dios.
A Daladier y Neville Chamberlain les dio tiempo de regresar a sus respectivos países, para informar que Adolfo Hitler no iría a la guerra, aunque después, con la invasión a Polonia y la anexión de Austria, se dieron cuenta que les tomó el pelo. De haber existido Internet no se hubiera escrito el capítulo entero de la Segunda Guerra Mundial.
El verdadero terror atómico no radica en la muerte por radiación, como ocurrió con las víctimas de Chernobyl, ni por los destrozos dejados en Hiroshima y Nagasaki. No, es la velocidad, es el rayo, es el parpadeo en que todo puede consumirse y llevárselo el Diablo.
El poder por el que aquí disputan las organizaciones criminales y el gobierno legalmente establecido, equivale a minucias, migajas, moronitas; en ese pleito callejero la parte del león se la llevan los espectadores, encarnados en esos hombres de negocios que sustituyeron a los sindicatos obreros y deciden, así, qué sí y qué no puede hacerse en materias económica y laboral, educativa y de salud. Les falta aprender a manejar el twitter con la maestría con la cual lo hace el presidente de Estados Unidos.
El tiempo real es el novedoso instrumento del poder. Su fuerza y número de sus efectivos se mide en pixeles, bites, troles, pero usarlos requiere de una mentalidad entrenada en los efectos inmediatos de lo instantáneo, de saber, al segundo, lo que ya no puede esperar al noticiario o al rompimiento de programación.
Adiós a las oficinas de prensa, olvídense de los medios informativos tradicionales, el poder requiere perfeccionar las redes sociales y el twitter, para mangonear (que no es gobernar) sin prisa, pero también sin pausa.
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