* Desbordado por su obsesión de mangonear encima de cualquier mandato legal, ahora descubre que Palacio Nacional resultó pequeño para su ego. Tarde se dan cuenta, los gobernados, que tienen al mejor presidente del mundo, a pesar de que él se percata de que la Banda Presidencial le quedó grande al momento que decidió romper el orden constitucional
Gregorio Ortega Molina
Además del odio y rencor en contra de México, hoy -en lo que dicen, actúan y amenazan- exudan la rabia que durante tantos años y con mucho esmero cultivaron para justificar su desprecio a esos mexicanos con los que nunca podrán compararse, porque no son iguales a los otros, a aquellos que nada más funcionan como seres humanos llenos de desaciertos y unos cuantos éxitos.
Qué les hizo México, para que decidieran quebrarlo en la columna vertebral de sus instituciones, imperfectas como todo lo diseñado por el hombre, pero que funcionaban y permitían o garantizaban inversiones, lo que hoy no sucede, y se apuntan tan pocos empresarios a confiar jurídicamente en esta nación, que anduvieron jodiendo a Nuevo León para llevarse a otra entidad federativa la inversión de Elon Musk, tal y como lo hicieron con Constellation Brands; parecen empeñados en facilitar una nueva separación de territorio mexicano, como la resultante del Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Desbordado por su obsesión de mangonear encima de cualquier mandato legal, ahora descubre que Palacio Nacional resultó pequeño para su ego. Tarde se dan cuenta, los gobernados, que tienen al mejor presidente del mundo, a pesar de que él se percató de que la Banda Presidencial le quedó grande al momento que decidió romper el orden constitucional, para insistir -durante otros seis años- en que Andrés Manuel López Obrador es lo mejor que le pudo ocurrir a México.
Dejó de causar azoro comprender que, a pesar de lo legal, lo moral y las necesidades humanas, pronto, durante el próximo proceso electoral, podría consolidar el autoritarismo como gobierno, con un riesgo adicional, que puede contar con la complicidad de la cúpula militar, o quizá los generales y coroneles decidan hacerse con el mando. Lo que históricamente les resulte más conveniente para su prestigio, tan lastimado por las tareas policiacas, en una fajina que no les corresponde. Que los responsables del derramamiento de sangre sean los civiles, hasta que no puedan sostenerse en el poder.
Alejo Carpentier lo explica bien en El recurso del método. Después de esa muestra de habilidad de los gobiernos civiles, fuimos testigos, desde acá, como Isabelita Perón se dejó tripular por El brujo José López Rega, su ministro de Bienestar Social.
Acá su emulo es Jesús Ramírez, quien día a día inocula el odio, el rencor, el desprecio por lo que México hizo a su santo patrono, Andrés Manuel López Obrador.
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