* Legitimidad para la transición, sí, nunca para la Restauración, el II Imperio ni Weimar
Gregorio Ortega Molina
No se trata de adquirir legitimidad, la tiene de sobra. El problema es que desea transferirla a algo que dejó de existir hace mucho, porque desestructuraron la institución presidencial y por los abusos cometidos por los titulares del Ejecutivo y sus séquitos o, como en el caso de Vicente Fox, porque se negó a él mismo y huyó de la transición como de la lepra. Por una caída de ojos entregó el poder a su pareja presidencial.
Las alternativas ponen enfrente tres espejismos y una opción válida para adquirir estatura de estadista y acceder a la Historia. Deben comprender que los espacios para la Restauración, el Segundo Imperio y una réplica de Weimar se angostaron. El camino es la reforma total del Estado para fundar un nuevo proyecto de nación con la IV República, con distinto contenido ideológico y novedoso andamiaje constitucional.
Suponer que abandonar Los Pinos y sustituir los muebles y la parafernalia del poder por dos alcayatas para sostener la hamaca y/o la posesión de un catre para el reposo del poder pueden restablecer el fulgor, el crédito y la imagen del presidencialismo mexicano es un error, al que sumaron ya la creencia de que controlar el Congreso garantiza ese gobernabilidad requerida para regresarnos la paz perdida, combatir con cierto éxito la corrupción y readquirir el nivel de locución que se requiere para que Estados Unidos respete a México. Muy lejos estamos del “cuqueo” entre jefes de Estado, a lo que aspiramos es al respeto que demanda la dignidad de la República.
La legitimidad obtenida en las urnas le confiere la autoridad constitucional para evitar gastos excesivos y asumir la toma de decisiones, pues tiene un mandato y cobra un salario. Lo del AICM cae exclusivamente en su área de responsabilidad, la consulta no hará diferencia en el contexto histórico y en las páginas que AMLO tiene la certeza de estar escribiendo desde el 1° de julio por la noche.
Tiene la oportunidad de darnos un respiro que todos los mexicanos nos merecemos, pero creo que la condición humana y las debilidades por el poder lo aproximan a un coqueteo con esas imágenes que permitieron a Elena Garro regalarnos Los recuerdos del porvenir. En ese caso distará mucho de ser como Juárez, Madero o Cárdenas, para parecerse a Álvaro Obregón. Pero no en Los Pinos, sino en Palacio Nacional.
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