* A fin de cuentas, Emilio y Andrés Manuel son la misma cara de esa moneda que circula desde que Álvaro Obregón decidió conculcar la Constitución y reelegirse. No son ellos los que están criados para el mundo, sino que este mundo en el que todos anhelamos vivir, está diseñado para satisfacerlos a ellos, y sólo a ellos
Gregorio Ortega Molina
El auténtico arte del oficio político está en la capacidad de engañar desarrollada por el tata mandón. Su sostén anímico y popular lo transforma, de alguna manera, en heredero de esa raza de césares que debieron autoproclamarse divinos, sólo para sentirse satisfechos de ellos mismos.
Los gobernados, la masa, el México bueno y sabio, las “mascotas” (así calificadas por Andrés Manuel) viven embrujadas por las notas musicales -los plásticos del bienestar- del nuevo flautista de Macuspana. Todos terminarán ahogados en el río de su propia desilusión. Más pronto que tarde, constatarán que la oferta de vida digna se diluyó en la corrupción de propios y allegados.
Los mexicanos de a pie, los que tenemos dos dedos de frente, somos reacios de entendederas, por lo que nos negamos a aceptar que este país ya cambió en su manera de ser y comportarse, pues a todas luces los trastupijes de los de hoy, son peores que los de los cometidos por lo de ayer… y antier.
Sólo a Andrés Manuel pudo ocurrírsele “solicitar” -en un serio tono presidencial, y desde su alta investidura- al INAI la información de ingresos de Carlos Loret de Mola, como si de un delincuente se tratara, quizá aún embebido en la ilusión de que los suyos todavía lo creen impoluto, e incapaz de servirse de la ley y la Constitución, con tal de garantizarles impunidad e inmunidad. Vive en el ensueño de ser el Eliot Ness mexicano.
El engaño está en él mismo, en la ilusión que se inoculó para creer que su hijo Juan Ramón es totalmente distinto (en ética, moral y hábitos) al hijo de Emilio Lozoya Thalmann, cuando en realidad están cortados por idéntica tijera, y son vivo reflejo de las ansiedades de sus progenitores… obcecados en obtener lo que creen merecer por encima del común de los mortales.
A fin de cuentas, Emilio y Andrés Manuel son la misma cara de esa moneda que circula desde que Álvaro Obregón decidió conculcar la Constitución y reelegirse. No son ellos los que están criados para el mundo, sino que este mundo en el que todos anhelamos vivir, está diseñado para satisfacerlos a ellos, y sólo a ellos.
Dejemos de escuchar las notas de réquiem del flautista de Macuspana, las voces y exigencias del nuevo César.
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