* El dilema se resume así: está seguro de tener y conservar el amor y la confianza del pueblo bueno y sabio, endiosado en su divinidad laica. Lo constataremos en 2021
Gregorio Ortega Molina
“Vivir es un juicio de valor”, sostiene Camus en El hombre rebelde. La observación es justa, sobre todo en los tiempos que corren, en los que el lenguaje modifica la circunstancia de la palabra con tal habilidad, que la mentira la convierte en verdad y en manifestación de un falso afecto por los pobres y los evangélicos y otras denominaciones cristianas.
Pero la palabra también modifica al lenguaje, y quien habla dice más de lo que hubiera querido decir. Imposibilitado de permanecer callado, convencido de que aceptamos como verdad revelada lo que él afirma, suelta la frase y la lengua: “Es cristianismo. Me van a criticar, pero se los voy a decir. ¿Por qué sacrificaron a Jesucristo? ¿Por qué lo espiaban y lo seguían? Por defender a los humildes, a los pobres. Esa es la historia real. Que nadie se alarme”.
Pero sí hemos de alarmarnos, porque acorde con ese sentimiento que lo domina, con esa certeza de que él está trascendido ya en una misión salvadora, se ha propuesto transformar a México de acuerdo a su propia interpretación de la Palabra, y como hace constar Mateo: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!
¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
No debe extrañarnos que denuncie a pregoneros y momias inexistentes, esos que según él permanecieron callados con Fox, Calderón y Peña, y sólo ahora abren la boca para criticar. Javier Sicilia, Alejandro Martí, los LeBarón, todos son padres y hermanos de víctimas, y antes, como ahora, denunciaron a los sepulcros blanqueados del gobierno.
Felipe Calderón cuando menos tuvo los arrestos de acudir al alcázar de Chapultepec, escuchó, aguantó vara y se dejó besuquear. ¿A qué le teme AMLO? Los padres de los asesinados o desaparecidos en Ayotzinapa, sí fueron recibidos, porque se humillan ante el poder reivindicatorio de la 4T, tan ajeno al poder salvífico de la fe cristiana a la que muere por emular.
Pero no nos equivoquemos, tampoco anda tras el mesianismo, sino en pos de ese cesarismo con el que los soberbios seres humanos “tratan de elevarse al nivel de Dios, lo que es una blasfemia. Pero no para rechazar su poder, ni arrebatarle la divinidad, sino el deseo de vida inmortal y la resignación ante la injusticia”.
El dilema se resume así: está seguro de tener y conservar el amor y la confianza del pueblo bueno y sabio, endiosado en su divinidad laica. Lo constataremos en las elecciones de 2021. Mientras tanto pensemos en la observación de Simone Weil al hecho de que Constantino, emperador, hiciera del cristianismo una religión de Estado. Cosificó a Cristo; al suplantarse AMLO por esa deidad, lo hace a la inversa, cosifica al Estado.
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