* “Llegará el momento en que se comprenda cada decisión”, sostiene nuestro presidente constitucional y, me pregunto, si ese momento nunca llega, ¿cuál será el desenlace? O, a la inversa, ¿qué si sus decisiones son cabalmente entendidas aunque no aceptadas, porque el resultado, hoy y mañana, es adverso, terriblemente contrario a los intereses de los mexicanos?
Gregorio Ortega Molina
“Es muy aferrado”, decía mi abuelo en referencia al terco de mis hermanos. Creo que esa adjetivación cae como anillo al dedo al presidente constitucional de los mexicanos.
Cerrarse a la realidad y “aferrarse” a la imagen que uno mismo se ha construido de su entorno y su personalidad, puede ser útil cuando de proyectos personales se trata, pero cuando las decisiones involucran, por fuerza, el destino inmediato y a futuro de una nación, una patria, lo lógico, lo urgente y necesario es confiar en la alteridad, reconocerse en los errores que se cometen durante el trayecto del sexenio.
¿Estaba, la economía fiscal mexicana, en su momento para resistir y aprovecharse de las reformas estructurales que, se supone, modificarían nuestro destino para llevarnos al Primer Mundo?
En política, como en las decisiones personales, nunca hay momento adecuado, pero sí es posible impulsar las coincidencias entre la realidad y el proyecto, o adecuar tiempos y formas. Tal como han procedido, lo que padecemos es una distorsión entre los resultados inmediatos de lo esperado y la fatalidad del tiempo presente.
“Llegará el momento en que se comprenda cada decisión”, sostiene nuestro presidente constitucional y, me pregunto, si ese momento nunca llega, ¿cuál será el desenlace? O, a la inversa, ¿qué si sus decisiones son cabalmente entendidas aunque nunca aceptadas, porque el resultado, hoy y mañana, es adverso, terriblemente contrario a los intereses de los mexicanos?
La declaración del presidente EPN es muestra clara de lo poco que opera, ahora y desde hace al menos cinco lustros, el presidencialismo mexicano. Insisto en mis reiteradas observaciones sobre el tema.
El planteamiento de modificar el proyecto de nación, la idea de patria, no podía ni puede sujetarse a una decisión unipersonal, de hombre fuerte, de facultad metaconstitucional, porque esa época de sumisión y ninguneo ya no existe.
Ni la Presidencia de la República, ni los poderes Legislativo y Judicial mostraron la sabiduría y humildad suficientes para hacer descender a nivel de la calle, la comprensión de los cambios y la necesidad del involucramiento, apoyo y/o modificaciones al proyecto propuesto. Pero decidieron no escuchar. La madre de todas las reformas, la educativa, está trabada, no por falta de diálogo con la CNTE, sino porque insisten en imponer una concepción del modelo educativo a “güevo”, para un México inexistente.
Y pienso, también, que la disyuntiva es a la inversa: ¿llegará el momento en que el presidente de México comprenda las necesidades de sus gobernados? De allí la necesidad del cambio de modelo político, de reconocer lo que no funcionó, como dijera el Innombrable cuando despidió a Patrocinio González Blanco Garrido.