* Recuerdo esas películas sobre la mitología griega, los dioses olímpicos, Zeus que truena, dispone, ordena, sentencia, castiga… el perdón, la clemencia nunca, o casi nunca llega, a no ser por la intercesión de Afrodita, Minerva… pero acá, en el Zócalo Olimpo la voz es distante, lejana, ajena al pueblo y a otros inferiores, como el gobernador Aureoles, que no tiene en su haber una madrecita como Consuelo Loera, porque otro gallo le hubiera cantado
Gregorio Ortega Molina
¿A quién exhibe la imagen de Silvano Aureoles -con mandato constitucional y miembro del pacto federal- sentado en un banco, bajo un clima social poco benigno, en espera de ser recibido por el señor Andrés Manuel? ¿No es el presidente de todos los mexicanos? ¿No es su obligación escucharlos? ¿No le exigió pruebas?
La clemencia, como el indulto, siempre proviene de arriba. Los de abajo la reciben, o no, con gratitud. La actitud de quien encabeza la institución presidencial, muestra que el país está gobernado por filias y fobias, y que no se sirve a los intereses nacionales, mucho menos a los de ese México bueno y sabio que lo sentó en la silla del águila. Lo menos que puede decirse de quien manda, es que es sectario, ventajista y tramposo. Así nos irá con lo que falta.
La voz y la petición de Florian Tudor, un delincuente ya extraditado, fueron escuchadas en esas oficinas palaciegas -de allí salió la orden a Rosa Icela Rodríguez para que ella lo recibiera- donde hicieron oídos sordos a la solicitud del gobernador de Michoacán; Consuelo Loera mereció la distinción de ser saludada por el olímpico propietario del destino de 120 millones de mexicanos. El nieto, Ovidio, fue liberado… los únicos que no le han comprado el cuento ni le hacen el caldo gordo, son los niños con cáncer y sus progenitores, los Le Baron, los productores de aguacate, en Michoacán, y Alejandra Barrios, que el último 6 de junio movió sus votos hacia otras promesas.
Por el contrario, Claudia Sheimbaum y Carlos Slim, al menos corresponsables por omisión del desastre de la Línea Dorada, son apapachados en la sede del poder presidencial, y reciben el encargo de sacar la basura, lo que gustosos hacen, a pesar de que nunca nos enteraremos de cuáles fueron los acuerdos tomados entre el ingeniero y su patrón político, para establecer un control de daños que evite mostrar la verdad sobre “su” combate a la corrupción y la impunidad. Faramalla, pura y simple.
El escarnio sobre Aureoles estuvo cabrón. Memes, fotos, banquito, papeles, gesto de sumisión, lluvia, la puerta de Palacio, la sede del poder, distante de un gobernador, cuanto más lejos de ese pueblo que significa su hálito de vida en la cumbre del poder, donde el aire se enrarece, escasea el oxígeno, se pierde la cordura, se adquieren obsesiones, sobre todo la más peligrosa, decidir sobre la vida de los súbditos.
Recuerdo esas películas sobre la mitología griega, los dioses olímpicos, Zeus que truena, dispone, ordena, sentencia, castiga… el perdón, la clemencia nunca, o casi nunca llega, a no ser por la intercesión de Afrodita, Minerva… pero acá, en el Zócalo Olimpo la voz es distante, lejana, ajena al pueblo y a otros inferiores, como el gobernador Aureoles, que no tiene en su haber una madrecita como Consuelo Loera, porque otro gallo le hubiera cantado.
Cuando menos el de Esculapio, pero Andrés Manuel no conoce a Critón y está imposibilitado de pedir que se lo lleve.
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@OrtegaGregorio