* Poner delante su individualidad, no sé si sea bueno para un político que aspira a transformar a la nación que muere por gobernar, que desea, por sobre todo, convertirse en el hombre de Estado que ninguno de sus contrincantes podrá, jamás, llegar a ser
Gregorio Ortega Molina
El empeño de AMLO para posarse en la silla del águila me recuerda, tangencialmente, la larga marcha de Mao; también trae a la memoria términos hípicos y épicos, porque ahora se comporta como si estuviera sobrado. Lo dicen su verbalización -serénense- y el lenguaje corporal, hay que ver las fotografías recientes. Está seguro de que <<ya>> ganó.
En esa su muy peculiar conducta está el riesgo de que, del plato a la boca, se le tire la enorme cucharada de sopa que quiere engullir desde 2006.
Es necesario observarle la mirada. Al resto, es decir todos, nos ve pequeños, quizá como a los más pequeños de sus hijos. Ha perdido la humildad que lo caracterizó cuando caminaba descalzo muchos kilómetros, o cuando ocupaba la plancha del Zócalo.
Hay que creerle cuando con ojos, manos y comportamiento indica -sin decirlo, sólo se infiere- que es otro. Dejó de lado la alteridad que nos permite crearnos y recrearnos hasta la saciedad, porque descubrió que el motor anímico y espiritual, cristiano también, de sus legítimas aspiraciones políticas, radica en estar satisfecho de él mismo, y para lograrlo no necesita de interlocución.
Aunque poner delante su individualidad, no sé si sea bueno para un político que aspira a transformar a la nación que muere por gobernar, que desea, por sobre todo, convertirse en el hombre de Estado que ninguno de sus contrincantes podrá, jamás, llegar a ser.
En uno de los ensayos de Henning Mankell incluido en Arenas movedizas, topo con las palabras que pudieran resumir los esfuerzos legítimos de AMLO: “El hombre es un ser que, a lo largo de milenios, se ha desarrollado con una funcionalidad cada vez mayor… Su historia, igual que la de cualquier ser vivo en el planeta, trata sobre todo de crear estrategias de supervivencia. En realidad, eso es lo único que importa. Al final, dicha capacidad se manifiesta en el hecho de que nos reproducimos y dejamos a las generaciones siguientes la tarea de vérselas con los mismos problemas de supervivencia que tenemos nosotros”.
¿De dónde, entonces, esa percepción de que ande sobrado? Pienso en los políticos mexicanos, en los yucatecos, en esos especialistas del engaño y la seducción que inventaron el término cultivo, y caigo en la cuenta de que es muy posible, aunque no probable, de que al señor López Obrador muy bien pueden estarlo cultivando, y él, encantado, se presta a que le den carrete.
Falta poco para las elecciones, entonces veremos si fue cultivo o estrategia de supervivencia.
Constataremos, también, qué tan profundo es el hartazgo y cuánto pesa el dinero en la voluntad de los electores.
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