* Allí, en la calle, al borde del arroyo para que la sangre corra y no se estanque, a tus pies y frente a tu voluntad, le asestan a tu padre no una ni dos puñaladas, sino más de diez, quizás hasta 20, pero nada te conmueve
Gregorio Ortega Molina
Los asesinatos entre familiares son el pan de cada día. Nos asombran los que saltan a la prensa, las redes sociales y la opinión pública, porque refieren una saña sin parámetros, remiten a pasiones fuera de control y las víctimas y sus victimarios están acreditados en la sociedad, por su dinero o debido a su honorabilidad.
La muerte a machetazos de María Asunción Izquierdo y Gilberto Flores Muñoz tuvo su causa cuando se decidió la muerte de Hugo Margáin Charles, lo que desquició a Gilberto Flores Alavez, hijo del doctor Gilberto Flores Izquierdo y nieto de quien aspirara a suceder a Adolfo Ruiz Cortines en la Presidencia de la República.
Para resolver el caso se intentaron injerencias políticas. Arsenio Farell Cubillas, entonces director del IMSS y jefe directo del médico Flores Izquierdo, acudió a la PGJDF, a esforzarse por convencer a Agustín Alanís Fuentes de que torciera la ley; el procurador se negó, lo que de inmediato anticipó su futuro político al rechazar integrarse a las redes de complicidad.
Esos crímenes son el resultado de lo que nuestros abuelos calificarían de desordenadas pasiones.
Pareciera que no volvería a repetirse un suceso similar, pero algo vieron León Serment y Adriana Rosique en Pamela Soto, porque limitaron, o sugirieron, o mal criticaron su relación con su hijo Benjamín. Luego, los juegos prohibidos desanudaron las pasiones contenidas, lo que se tradujo en una mala tragedia, pues parece que las pulsiones humanas perdieron todo contenido emocional, para limitarse a eso que identificamos con el poder: el dinero.
Medito en el estómago que se necesita para ser testigo del crimen de tu padre, realizado o ejecutado bajo un contrato que tú hiciste con los brazos armados de ese odio que te domina, sobre todo desde el momento en que la voz de tu conciencia se llama Pamela y perdió el nombre de “Pepe Grillo”.
Allí, en la calle, al borde del arroyo para que la sangre corra y no se estanque, a tus pies y frente a tu voluntad, le asestan a tu padre no una ni dos puñaladas, sino más de diez, quizás hasta 20, pero nada te conmueve, pues falta deshacerte de Adriana, tu madre, que también es un estorbo, una molestia que no te permite disfrutar de la vida con Pamela.
Dicen las investigaciones policiacas que también hay un seguro de vida de por medio, que ya Benjamín no gastará.
Me entero del hecho y me asalta la frase de mis lecturas: “Lo que puede hacerse o no puede hacerse depende de cómo se piensa. Si algo no puede hacerse no hay que dejar de hacerlo sino cambiar de forma de pensar”, y así los hijos matan a sus padres.