*El resultado electoral tendió la cama a la impunidad y la ausencia de Estado en buena parte de la república; es momento de preguntarnos qué haremos para contener el avance del poder del narco
Gregorio Ortega Molina
Después de la última jornada electoral, de leído y escuchado críticas, elogios y balances, quedo absolutamente convencido de que los mexicanos somos especialistas en el jueguito del tío Lolo. Nos refocilamos en ese adjetivo que nos carcome y disminuye. Nos lo autoaplicamos con cada uno de nuestros errores e incluso leves equivocaciones.
Octavio Campos, inteligente y probo hombre de la comunicación, creyó oportuno que un grupo de colaboradores de los noticieros de TV Azteca escucháramos a su jefe, Alejandro Gertz Manero, durante una comida, en las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Pública, allí donde estuvo La Calesa de Londres.
Ya en 2001 nos comentó de, al menos, una zona de la república donde no ingresaban las fuerzas del orden. Una parcela, mayor o pequeña, de ausencia de Estado. Lo cierto es que al paso de los años ese territorio sin ley ha crecido, y -como resultado de las elecciones, sostienen los expertos en el tema (sus malquerientes, diría AMLO)- ahora es enorme. Toda la franja territorial del Pacífico.
Tomamos la decisión de creer que lo que sucede en Aguililla, o en zonas de La Montaña, en Guerrero; en amplios territorios de Tamaulipas, Chiapas y Oaxaca son episodios transitorios, que el gobierno, como administrador del Estado, acudirá con la Guardia Nacional a poner orden, cuando son los barones de la droga los que aspiran a ordenar el quehacer político y acabar con tanta inútil discordia que dificulta su trabajo.
¿Dónde y cómo participa el poder económico del narco en la vida cotidiana de los mexicanos? Aquí inicia la dificultad, porque todos, sí, todos, se niegan a aceptar que en muchas áreas del desarrollo rural y de servicios, de la construcción, del transporte y el comercio, la vida sigue gracias a que circula ese dinero del que todos abominan de dientes para afuera, pero necesitan como del oxígeno para vivir.
Imposible diferenciar el dinero negro de los informales, la trata, los hurtos y mordidas menores, del billete del narcotráfico. Todo sirve para vivir, más ahora que están decididos a incursionar en un ebionismo ilusorio, pues las religiones y los gobiernos han fracasado al tratar de implantarlo.
Regresemos al principio, al juego que todos jugamos -puso en boca de Isela Vega Alejandro Jodorowsky- y retomemos el ritmo del tío Lolo que llevamos practicando hace mucho, tan solo para constatar que tácitamente hemos dado nuestra anuencia a que esta República federal recicle -para funcionar- los narcodólares en su vida cotidiana, para colocarnos a un tris de transformarnos en narco-Estado. Al menos Colombia y Perú se han visto imposibilitados de reconstruirse sin la colaboración de los barones de la droga que, como Marco Antonio Yon Sosa, hacen de las suyas en países en los que no viven, sino de los que viven.
El resultado electoral tendió la cama a la impunidad y la ausencia de Estado en buena parte de la república; es momento de preguntarnos qué haremos para contener el avance del poder del narco.
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@OrtegaGregorio