* “Sin dinero no hay autoridad que valga”, leo en las novelas históricas de Santiago Posteguillo, que exhiben la consunción del Imperio romano, y así parece difuminarse el presidencialismo mexicano
Gregorio Ortega Molina
Si tomamos como fecha para iniciar el desarrollo de este análisis, el 5 de febrero de 1917, no es aventurado señalar que la mayoría de nuestros gobernantes conculcaron el mandato constitucional y, además, atentaron contra el Estado al que debieron servir.
Álvaro Obregón pavimentó su ascenso y consolidación en el poder sobre cadáveres de generales y opositores, abiertos o embozados: Felipe Ángeles, Francisco Serrano, además de con la reforma constitucional para reelegirse de manera legal, propia, adecuada. La simulación perfecta, para instaurar la dictadura perfecta.
Plutarco Elías Calles, que fue un constructor de instituciones, planchó al vasconcelismo, nulificó a los caudillos sobrevivientes a las purgas obregonistas, y creó, desde el Estado, al partido (PNR-PRM y PRI) que fue útil para gobernar a México desde 1929 hasta el año 2000, cuando al fin perdió las elecciones, con el interregno 2012-2018, tiempo en que acumuló todos los agravios que los mexicanos decidieron no soportar más.
Entre Calles y Lázaro Cárdenas del Río hicieron algo genial: dotaron a la institución presidencial de un perfecto instrumento de poder, al que enriquecieron al paso de los años con los sectores, los gobiernos estatales y la posibilidad de influir directamente en la economía, a través de los activos del Estado: Pemex, Telmex y todas las empresas que fueron fuente de riqueza y, sí, también de corrupción.
La guardia pretoriana del PRI fue incapaz de comprender que la “modernización” de México requería la desestructuración y descrédito de ese organismo político. José María Córdoba Montoya diseñó esa tarea imprescindible y a ella se dedicó. Es una de las razones de la muerte de Luis Donaldo Colosio. Carlos Salinas de Gortari es el verdugo de este candado de la fortaleza del Estado mexicano.
La guerra sucia, o el combate “discreto y artero” en contra de la oposición, no se reduce a unos años en la década de los 70’s. Son anecdóticos los vuelos sobre el mar ordenados por Carlos I. Serrano. Aunque también es cierto que -en este país, como en todos- cuando estorbas desapareces. ¿Dónde fue a dar Ben Barka? ¿Dónde enterraron a Jimmy Hoffa? ¿Quiénes determinaron el homicidio de Rubén Jaramillo?
La institución presidencial hoy, únicamente puede sostenerse sobre la mentira, como se ha mostrado de manera reciente con las consecuencias del caso Culiacán. El hilo lo rompieron por lo más delgado, y decidieron exhibir a un coronel del Ejército mexicano, sin medir seguridad personal y familiar.
La debilidad irreversible de la institución presidencial lastra al Estado, que queda imposibilitado de dar respuesta certera y adecuada a las exigencias de los electores de su gobierno.
“Sin dinero no hay autoridad que valga”, leo en las novelas históricas de Santiago Posteguillo, que exhiben la consunción del Imperio romano, y así parece difuminarse el presidencialismo mexicano. ¿Lo entenderán?
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@OrtegaGregorio