* El dilema es arduo, porque la decisión que tomen los electores implica salir del encono y la frustración, o hundir a los mexicanos en el odio, la sumisión y el miedo, ese terror descrito por Marcela Turati en San Fernando: última parada
Gregorio Ortega Molina
La contradicción está ante nosotros desde el principio: convoca a la transformación moral de los mexicanos, quien nombra a su rancho “La Chingada”. Así debimos entenderlo cuando a voz en cuello gritó: ¡Al diablo con las Instituciones! Se contuvo, para no exhibirse, pues nos mandó a todos allá mismo. La palabra es inequívoca, aunque como lo indica Octavio Paz, está cargada de matices hasta por la manera en que se pronuncia.
En Los hijos de la Malinche, capítulo IV de El laberinto de la soledad, se inicia con lo siguiente: “La extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano, ser insondable. Nuestro recelo provoca el ajeno”. También convoca al rechazo. Andrés Manuel López Obrador es hermético por cálculo y por razones de poder, y se sirve de esa actitud para favorecer la confrontación entre grupos sociales. Va más allá del conflicto ideológico, porque carece de ideología, es ambiguo en su comportamiento y en su lenguaje, para conducir a sus fieles allá donde él quiere. Su confianza ciega, su lealtad absoluta, su adoración, como a los césares.
¿Mal cálculo el del presidente de la República? Es posible si atendemos a lo anotado por Paz: “… La persecución (el rechazo, pues) comienza contra grupos aislados -razas, clases, disidentes, sospechosos-, hasta que gradualmente alcanza a todos. Al iniciarse una parte del pueblo contempla con indiferencia el exterminio de otros grupos sociales o contribuye a su persecución, pues se exasperan los odios internos. Todos se vuelven cómplices y el sentimiento de culpa se extiende a toda la sociedad… El persecutor, por otra parte, se transforma muy fácilmente en perseguido. Basta una vuelta de la máquina política. Y nadie escapa a esta dialéctica feroz, ni los dirigentes”.
El destino debe alcanzarnos el primer domingo de junio próximo. En las urnas los mexicanos decidirán entre la confrontación innecesaria, y la urgente reforma del modelo político, para evitar que el líder, el jefe, el dirigente que desea mandarnos a todos a “La Chingada” adquiera su verdadera dimensión humana, su auténtico valor político, y deje de ser perseguidor para transformarse en el ser más ignorado de México. No hay peor desprecio que el olvido.
El dilema es arduo, porque la decisión que tomen los electores implica salir del encono y la frustración, o hundir a los mexicanos en el odio, la sumisión y el miedo, ese terror descrito por Marcela Turati en San Fernando: última parada.
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