* Carlos Salinas de Gortari sí lo entendió en su momento histórico: impidió, incluso en contra de la opinión de los altos mandos, la confrontación armada entre un FZLN pertrechado con palos y botas de jardinero, y unas FFAA modernas y eficientes
Gregorio Ortega Molina
La historia patria es un mosaico de talavera de opiniones en la que un único diseño se repite: es cruenta. Las pugnas por el poder han costado y cuestan sangre, mucha.
Si las Fuerzas Armadas están presentes en los momentos estelares de la construcción de la patria y del diseño del proyecto de nación plasmado en la Constitución de 1917, también han dejado profunda huella en los escenarios de los crímenes políticos, de los asesinatos por el poder, de los magnicidios: Madero y Pino Suárez, Venustiano Carranza, Obregón (reforma la Carta Magna para reelegirse), Huitzilac (Francisco Serrano), Topilejo, Felipe Ángeles, el maximato, dos de octubre, “guerra en el Paraíso”.
¿Qué determinó modificar los sectores del PRI y desaparecer el sector militar? ¿Cuál fue la razón por la cual Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho deciden dar el poder político a los civiles?
Durante el siglo XIX las Fuerzas Armadas también dejaron una impronta negativa en la historia de México, con Antonio López de Santa Anna y Juan N. Almonte. ¿Por qué darles de nueva cuenta la tentación?
¿Qué mueve a los civiles a dar un paso atrás? ¿Miedo? ¿Incapacidad ética para servir al Estado y cumplir con el mandato constitucional? La narrativa histórica ha sido superada por la ficción. Retomo mi lectura de El concepto de ficción, donde el difunto Juan José Saer anotó:
“El ejército se prepara durante años para la coyuntura decisiva que es el debilitamiento del poder civil burgués a causa del ascenso de las clases populares… no por poseer una ideología superior sino los medios y el saber técnicos capaces de mantener en su sitio a un gobierno que ya no representa ningún consenso social…”.
Carlos Salinas de Gortari sí lo entendió en su momento histórico: impidió, incluso en contra de la opinión de los altos mandos, la confrontación armada entre un FZLN pertrechado con palos y botas de jardinero, y unas FFAA modernas y eficientes.
12 años después Felipe Calderón Hinojosa, reo de sus propios temores religiosos y anclado por su cristianismo que le impidió servir al Estado porque debía servir a su fe, decidió declarar la guerra: regresó a los generales a los escenarios de la disputa por el poder.
Javier Ibarrola debiera aclararse en su percepción sobre la historia de México, y revisar, sin pasiones ni compromisos, el papel de connotados militares en la construcción y tropezones del México moderno. Allí está el secreto de los atorones democráticos.
Pero harán como consideren conveniente, aunque no estrictamente necesario.
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