* Imposible olvidar la Biblia y cómo las palabras matan o traicionan a los hombres, siempre en el umbral de la Tierra Prometida
Gregorio Ortega Molina
El claustro impuesto por Covid-19 obliga a la reflexión, el repaso de las lecturas dirigidas, unas, elegidas, otras, e impuestas las más por razones laborales. Sin ningún sistema de medición, supongo que el 95 por ciento de la producción literaria que ha pasado por mis manos remite a la política, incluida la Biblia, que es la narración que envuelve o determina todas las obras literarias que han de ver con lo humano y lo divino.
Hasta donde la memoria me asiste, únicamente recuerdo los cuentos o novelas cortas de Alphonse Daudet -con los que aprendí el francés- como ajenas a lo político y las relaciones con algún poder, fuera éste el del padre, el maestro o alguien más fuerte o mayor.
La Biblia es un compendio y guía de las relaciones de poder de los hijos de Dios con ese padre severo y misericordioso, o estrictamente entre los seres humanos. Reúne ambiciones y errores de los que depende el fracaso y/o el éxito del gobierno de los hombres… y las tareas que éstos han de cumplir para, de verdad, poseer la Tierra Prometida. ¿Alguien la ha alcanzado alguna vez? Las conquistas posteriores a la realizada por los judíos en Canaán, palidecen por lo que fueron, somos testigos, pero sobre todo porque todavía no concluye. Es una tarea eterna, como sucede con la manera en que lo prescriben las normas legales y constitucionales que supuestamente nos rigen.
Fue a mis trece o catorce años que pusieron en mis manos El conde de Montecristo. Novela de pasión y venganza, de lujuria y deseos contenidos, de templanza y lealtades más o menos administrables para esa edad, hasta que llega el momento en que se describe una ejecución pública. Mi evocación dista mucho de ser pormenorizada, lo puntual es que puedo establecer ese momento como el de mi despertar para ver, con los ojos y la razón abiertos, que la administración de justicia de los herederos del Reino de Dios, no siempre se apega a derecho y tampoco es fiel a la letra de la ley.
Dos novelas de Leonardo Padura me refrescaron esa sensación: El hombre que amaba a los perros y La neblina del ayer. Hacer tabla rasa para juzgar el resultado de la revolución castrista, equivale a encerrarse en un verdadero castillo de la pureza. Los que están a favor o en contra, los dos bandos, han asesinado y ejecutado en búsqueda de una tierra prometida que no existe o que se les escurre entre los dedos de las manos.
La novela de la Revolución mexicana es un muestrario de los seres humanos que en esta nación lucharon y combaten a brazo partido por hacerse con el poder y conservarlo. Se conducen con idénticos patrones de conducta e iguales métodos. No es necesaria la fiesta de las balas para mostrar mano dura e inclemente, hoy practican esa fuerza con la fiesta de las palabras, a diario, a todas horas.
Imposible olvidar la Biblia y cómo las palabras matan o traicionan a los hombres, siempre en el umbral de la Tierra Prometida.
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@OrtegaGregorio