* El título elegido por Zepeda Patterson da en la diana, aunque su deber histórico es convocar a los lectores al desarrollo de la trama real que deshabilitó, primero, y destruyó después, el proyecto de la Revolución y el futuro que México se había propuesto construir
Gregorio Ortega Molina
El título de la columna nos refiere directamente a la reciente novela de Jorge Zepeda Patterson, misma que no he leído, pero cuya propuesta narrativa me convoca a revisar nuestro reciente pasado, más que regresar al futuro inmediato.
El texto de Excélsior y las palabras del autor son explícitas: Agustín Celorio, secretario de Relaciones Exteriores, Noé Beltrán, gobernador de Chiapas, y Cristóbal Santa, secretario de Educación, son los tres aspirantes a la Silla presidencial, que pronto dejará un anodino presidente, Alonso Prida. “Lo que trato de poner en escena es el momento que estamos viviendo. Yo tengo la impresión de que nunca habíamos llegado a una sucesión presidencial con las reglas tan desarticuladas o con tal ausencia de ellas; primero, por la enorme debilidad presidencial, el vaciamiento de los partidos y la enorme fragilidad de las instituciones.
Esto hace que los aspirantes al poder sientan que no hay normas, árbitros, no hay partidos que los contengan, no hay rendición de cuentas, y en ese sentido se vale todo. Lo he llevado, quizá, al nivel extremo como novela para ilustrarlo, pero sí me parece que nunca como ahora han desaparecido las reglas del juego para la disputa del poder que se viene. Entonces, lo que yo hago es una especie de Game of Thrones: Tres cuartos de guerra en torno a tres candidatos que consideran que pueden hacer cualquier cosa”.
El título elegido por Zepeda Patterson da en la diana, aunque su deber histórico es convocar a los lectores al desarrollo de la trama real que deshabilitó, primero, y destruyó después, el proyecto de la Revolución y el futuro que México se había propuesto construir.
Creo que los usurpadores llegaron al poder cuando se los entregó el último presidente de la Revolución, porque en esa frivolidad que caracterizó su quehacer político, José López Portillo permitió que lo traicionara “el orgullo de su nepotismo”, su hijo José Ramón, y que lo enredara la esposa de su “sobrino” Luis Vicente Echeverría Zuno, Rosa Luz Alegría.
Con la llegada de Miguel de la Madrid Hurtado a Los Pinos, se adueñaron del gobierno los auténticos, los verdaderos usurpadores. De inmediato propusieron e iniciaron la venta de los activos del Estado, porque apostaron a que los “políticos” les aprobarían todo desde el Congreso, al no comprender que parte sustancial de la fuerza avasalladora del presidencialismo residió en ese poder económico sustentado en las empresas que decidieron enajenar.
Encima de la venta de los activos del Estado y para beneficio de la sociedad estadounidense, convertida al ocio por su propia riqueza, facilitaron que los gobiernos mexicanos instrumentaran una narcopolítica distinta a la armada por algunos de los países de América del Sur, pero eficiente para satisfacer sus necesidades de control de la energía sobrante.
Sobre la narcopolítica mexicana sembraron la corrupción y la impunidad, y sobre estas dos perlas del neocolonialismo construyeron esa inseguridad violenta y cruenta que nos trae como pericos a toallazos, o como palos de gallinero, para dejarnos exangües de patria, cultura e identidad nacional, y convertirnos en pasto del odio de los supremacistas blancos.
Hago votos porque Jorge Zepeda Patterson nos obsequie con la novela de los verdaderos usurpadores.