* Las imágenes de esos guerrilleros de países africanos cuya primera encomienda es ejecutar a sus padres, o las de los osarios de los jemeres rojos, donde el tamaño de los cráneos nos dice la edad de los que debían morir para poner el ejemplo, o las de los rostros o cadáveres de los que en absoluta soledad van en busca de esos padres que corrieron tras el sueño americano, nos destruyen anímicamente.
Gregorio Ortega Molina
Pareciera que nada ni nadie da sustento a los valores que confieren humanidad a mujeres y hombres. Cambiaron el deber por el haber, y si en esa transformación de los hábitos que dieron sustento a la vida se da vía libre a la violencia, ¿a quién le importa? Matar y/o morir dejó de conmover. Es un mero trámite.
He visto suficientes cadáveres, pero no deja de empequeñecerse el corazón y nublarse el entendimiento cuando de menores se trata, de bebés, niños, adolescentes. Verlos y, además, leer las tragedias en las notas informativas, como la de la muerte violenta de ese pequeño asesinado a golpes por su padrastro, porque tuvo la mala “idea” de orinarse en la cama.
Sus imágenes en los campos de la muerte, a las de esos guerrilleros de países africanos cuya primera encomienda es ejecutar a sus padres, o los osarios de los jemeres rojos, donde el tamaño de los cráneos nos dice la edad de los que debían morir para poner el ejemplo, o los rostros o cadáveres de los que en absoluta soledad van en busca de esos padres que corrieron tras el sueño americano, o los que se ahogaron en el Mediterráneo, o los de las menores y niños abusados sexualmente por los parientes cercanos, o por los neonazis, sólo por el hecho de ser vistos como inferiores, sus imágenes nos destruyen anímicamente.
Todo lo anterior porque Martha Santos, representante especial del secretario general de la ONU sobre la Violencia contra los Niños, dio a conocer que cada cinco minutos se pierde la vida de un menor debido a la incontrolable violencia.
Durante la presentación de las Directrices para la Reintegración de Niñas, Niños y Adolescentes a sus familias, dijo que la pobreza en el mundo, incluso en México, provoca la separación de los infantes de sus padres. Carecer de recursos económicos facilita ser víctima de la violencia; advirtió que también hay preocupación en la comunidad internacional porque son utilizados en diversos países, incluido México, por bandas del hampa y el crimen organizado.
Pidió que se les escuchara para conocer el origen de su trauma, la causa que ha generado su decisión de abandonar la casa; puede ser por negligencia de los padres, maltrato, abuso sexual y físico, e incluso por pobreza.
En las calles de esta Ciudad de México vemos a diario a padres que se sirven de sus hijos, o a adultos con niños rentados, para motivar conmiseración, tristeza, pero sobre todo deseo de ayudar.
Siempre ha existido el uso y abuso de los menores, pero nunca en los niveles que ahora sucede. Se les puede ver morir en la calle y nadie se detiene a auxiliarlos, porque como están las cosas, pueden convertir en culpable al que se conmueve.
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