* José Antonio Meade debe decidir si es cierto que al tamaño del agravio de este sexenio, corresponde el tamaño de las soluciones ofertadas para gobernar a partir del 1° de diciembre, o asumir que desea flotar, como Vicente Fox, el de la pareja presidencial
Gregorio Ortega Molina
De los postulantes a la silla del águila que van en coalición, el del mayor problema es José Antonio Meade, porque lo someten ya a cirugía mayor para transformarlo en lo que no es, y él, gustoso, acude al quirófano de la transformación de los hábitos y el discurso, sin que haya implante de ideología, porque ninguno la tiene. Ese estorbo desapareció hace varios lustros para ser sustituido por la “normalidad democrática”, la “más y moderna política”.
Si es un aspirante al poder político total sin partido, significa que tenderá a ser gregario. Si gana no habrá colegiación en la toma de decisiones, asumirá su responsabilidad en soledad absoluta, quizá acompañado por el silencio de unos cuantos fieles, contados con los dedos de una mano, dispuestas a escuchar y obedecer, jamás a cuestionar, a hacer el papel del Demonio de Sócrates con el propósito de discernir una verdad, no el absurdo de investigar en torno a las necesidades individuales, con la idea de dejar a todos contentos. Imposible, una decisión tomada en la Presidencia de la República beneficia a unos y, para lograr ese beneficio, perjudica a otros.
Meade candidato no puede deslindarse de sus “sponsors”, por dos razones. Una la dio a conocer Francisco Labastida: “No perdí con Fox, me ganó Zedillo”; la otra yace en la sepultura de Luis Donaldo Colosio. El crimen político todavía reditúa.
Debe saber ya que lo encorsetaron, porque Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto le vendieron la idea de que ellos sí saben cómo hacerlo, sin pensar en que el propio Meade es el que ha de cargar con el saldo dejado por el sexenio del panista, y el que sellará el futuro histórico del regreso del PRI a Los Pinos. Y como supongo que está cierto de lo que se perdió en estos 12 años, me intriga saber por qué, gustoso, recibió a Alejandra Sota, cuyo desempeño profesional como “reconstructora” de la imagen del calderonismo como grupo político, colocó a Margarita Zavala en la lona.
En cuanto a Alejandra Lagunes, bueno, los mexicanos todos estamos conscientes de cuáles son las debilidades de EPN en redes y en la imagen que pensó legar a la historia.
José Antonio Meade debe decidir si es cierto que al tamaño del agravio de este sexenio, corresponde el tamaño de las soluciones ofertadas para gobernar a partir del 1° de diciembre, o asumir que desea flotar, como Vicente Fox, el de la pareja presidencial. Tan hastiado del poder estuvo, que decidió compartirlo.
Si Meade desea lograr el triunfo debe evitar que lo transformen en lo que no es y permanecer con la personalidad y los valores humanistas que pesaron en el ánimo de esos “sponsors” que desean llevarlo a la cumbre absoluta del poder democrático: gobernar para todos, no sólo para los que quieren administrarlo.
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