* Bueno, el culmen de nuestra ingratitud. Blindar Palacio Nacional para preservarlo, como joya que es, de la legítima protesta de un feminismo que es incapaz de comprender, como se obnubila con su deseo de imponer a su “amigo” Félix Salgado Macedonio, y todavía no se lo agradecemos, a pesar de que pone en juego su incorruptible rectitud moral. ¡Qué poca tenemos los mexicanos desagradecidos!
Gregorio Ortega Molina
Una condición inherente a los humanos es la ingratitud. En el Nuevo Testamento son pocos los que regresan agradecidos por el milagro que les resuelve el problema; en la tragedia griega son más los ejemplos de reacción adversa al beneficio recibido, que el comedimiento y la humildad de dar las gracias.
Lo reconstruye bien Mario Puzo; no olvidemos, en el caso de la gratitud, la imagen de Vito Corleone encarnado por Marlon Brando, porque supera la narración literaria. Sentado tras de su escritorio escucha, sin orgullo ni prepotencia concede mercedes, ofrece la solución práctica a problemas concretos. Los acuerdos son tácitos, algún día El padrino requerirá del “agradecimiento” a ese favor concedido con motivo de la boda de su hija.
Los mexicanos no escarmentamos. Imposible olvidar a Juan Diego, aturdido y de prisa por la enfermedad de su tío Bernardino, pero también en la idea de sacarle la vuelta a la Virgen María, que lo va a entretener, quitarle el tiempo, porque nada entiende de la posibilidad de una merced para él, que es un “indio”, ajeno a esa cultura castellana que llegó a modificar su mundo. En ese momento, ajeno a la fe, tiene más que rechazar que lo que pueda agradecer. ¿Qué ocurrió después de que de la tilma cayeron al suelo las rosas y apareció la inexplicable imagen, hoy tan venerada? ¿Cómo y dónde vivió? ¿Qué hizo con él fray Juan de Zumárraga? Tengo la idea que ni uno ni otro se agradecen su ingreso a la historia de México, ni a la del catolicismo en esta patria nuestra.
Dentro del anecdotario político se cuenta la leyenda urbana de que un allegado al presidente de México se acerca para referirle que mengano habla muy mal de él, a lo que responde: ¡Qué raro, no le he hecho ningún favor!
Temo que el actual presidente de México no está agradecido con nadie, como tampoco recibe muestras de gratitud de los beneficiados por sus políticas públicas. La sociedad a la que gobierna no acaba de entender que el “señor” se ha sacrificado, en cuerpo y alma, para regresarnos a ese anhelado esplendor que nunca acabó de cuajar, porque quisieron darnos una Independencia que nació como Imperio, luego sucedido por cuartelazos y la dictadura de Antonio López de Santa Anna que, entre otras cosas, costó la mutilación del territorio nacional.
Regresarnos a la épica de la lucha contra el emperador importado y la “imposición” de unas leyes de Reforma, que, como la actual Constitución, nadie cumple, ni siquiera como lo ordena la Santa Iglesia Católica. Es una nación de acuerdos y componendas, para que se mantengan los privilegios.
¡Caray!, somos incapaces de agradecerle el esfuerzo por restaurar el sueño de esa autosuficiencia en petróleo y alimentos y comunicaciones, para que, gracias al TMEC accedamos al Primer Mundo con el pie derecho, a pesar de los “acuerdos” en las leyes laborales entre las tres naciones. Incapaces de agradecerle, también, de obtener las vacunas de donde pueda, porque en ello le va la elección de junio.
Bueno, el culmen de nuestra ingratitud. Blindar Palacio Nacional para preservarlo, como joya que es, de la legítima protesta de un feminismo que es incapaz de comprender, como se obnubila con su deseo de imponer a su “amigo” Félix Salgado Macedonio, y todavía no se lo agradecemos, a pesar de que pone en juego su incorruptible rectitud moral. ¡Qué poca tenemos los mexicanos desagradecidos!
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