* Las autoridades mexicanas del más alto nivel pueden permanecer tranquilas, lo que hicieron o dejaron de hacer en este caso no se sabrá, al menos por el momento y los próximo 10 años, salvo que Joe Biden decida cobrarse la afrenta
Gregorio Ortega Molina
Ya nunca quedará claro si el gobierno mexicano fue notificado vía diplomática o a través de las agencias de seguridad, de lo que esperaba al general Salvador Cienfuegos al momento de descender, en el aeropuerto de Los Ángeles, del vuelo que lo trasladó -junto con parte de su familia- desde la ciudad de México.
Me han compartido al menos cinco interpretaciones del hecho, unas más descabelladas que otras. Nada puede inferirse de las intenciones de la DEA para echarle el guante, como tampoco pueden suponerse los argumentos que determinaron el desistimiento y la orden de la jueza para soltarlo y regresarlo a México por la vía más rápida.
¿Desempeño de la diplomacia mexicana, exigencia de la Presidencia de la República? ¿Equivocación de la DEA por ignorancia, o simple deseo de conversar con él en su territorio y con sus leyes, para leerle la cartilla? Tiempo tuvieron para hacerlo.
Insisto en lo afirmado hace dos semanas. Cienfuegos no es Gutiérrez Rebollo, pero pudo haberle ocurrido lo mismo que a Manuel Antonio Noriega, salvo que el panameño sirvió más a Estados Unidos y les entregó -además de a Omar Torrijos- a su patria, lo que no es el caso, como tampoco es posible establecer analogía con Arnaldo Ochoa, quien aparentemente fue traicionado y ejecutado por haber sido leal a su Isla y a su causa revolucionaria, para la cual recaudaba los ingresos del dinero negro que sirvieron para financiar las incursiones cubanas a Angola.
A estas alturas las hipótesis o conjeturas nada más pueden remitirnos a lo escrito por Sándor Márai en El último encuentro: “El poder humano siempre conlleva un ligero desprecio, apenas perceptible, hacia aquellos a quienes dominamos. Solamente somos capaces de ejercer el poder sobre las almas humanas si conocemos a quienes se ven obligados a someterse a nosotros, si los comprendemos y si los despreciamos con muchísimo tacto…
“… La verdad es precisamente lo que no conozco.
-Pero conoces la realidad -observó la nodriza, con un tono agudo, casi agresivo.
-La realidad no es lo mismo que la verdad -respondió el general-. La realidad son sólo detalles. Ni siquiera Krisztina conocía la verdad. Quizás la sepa Konrád. Ahora se la quitaré -dijo con mucha calma”.
En esa narración y diálogo están echados los cimientos del episodio ocurrido entre el general de división y ex secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, y algún oscuro director de la DEA que tomó la decisión de retenerlo.
Nos han embrollado los detalles, pero efectivamente la verdad, en este caso, dista mucho de coincidir con la realidad. Tengo la certeza de que el general sabe ahora, como lo supo en su momento, que su responsabilidad histórica y de servidor del Estado, que no del gobierno, es permanecer mudo, como lo hizo desde que recibió ese encarguito envenenado.
Las autoridades mexicanas del más alto nivel pueden permanecer tranquilas, lo que hicieron o dejaron de hacer en este caso no se sabrá, al menos por el momento y los próximo 10 años, salvo que Joe Biden decida cobrarse la afrenta.
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