* Debieron matar a los generales, a los caudillos, a los líderes sociales y políticos “incapaces” de avenirse con el buen gobierno. Las semillas de lo que ahora padecemos se sembraron junto con las ideas que depositaron en el articulado constitucional, que de inmediato fueron vistas con malos ojos por los prebostes clericales y los mandamases del Imperio
Gregorio Ortega Molina
En unos días festejarán un aniversario más del 2 de octubre. Se fue Roberto Escudero, otros claudicaron, como lo hizo Álvaro Obregón en su obsesión por reelegirse.
Esos sucesos históricos verificables me motivan a recurrir, con frecuencia, a buscar en los sedimentos que dejó en mí la lectura de Al filo del agua. Los ríos fluyen de idéntica manera a como lo hace el torrente sanguíneo. Así como el agua estancada se pudre, las hemorragias internas también conducen a la muerte.
Pero fallecer, irse, puede tardar años, decenios, siglos. La Independencia conllevó invasión, ocupación, mutilación territorial, pugnas con el clero, añoranza por la monarquía, que se tradujo en Revolución, que tuvo como reacción otra ocupación, una guerra religiosa y la claudicación de los anhelos plasmados en la constitución.
Debieron matar a los generales, a los caudillos, a los líderes sociales y políticos “incapaces” de avenirse con el buen gobierno. Las semillas de lo que ahora padecemos se sembraron junto con las ideas que depositaron en el articulado constitucional, que de inmediato fueron vistas con malos ojos por los prebostes clericales y los mandamases del Imperio.
Creo, intuyo, no es sino mera suposición, que José Gorostiza fue capaz de descifras las runas de nuestro futuro, y en un arranque de sinceridad se sentó a escribir Muerte sin fin.
La historia administrativa y diplomática de la secretaría de Relaciones Exteriores confirma lo que pudo ser una premonición. Después de él sólo fueron capaces de comprender lo que es México Jaime Torres Bodet, Manuel Tello, Jorge Castañeda (el bueno) y, quizá, Antonio Carrillo Flores, porque supieron resolver, con inteligencia, los dilemas en los que pretendieron colocarlos los Jefes del Ejecutivo a los que sirvieron, porque comprendieron lo que es estar al servicio de la Patria.
Mas en la médula de esta alegría,
no ocurre nada, no;
sólo un cándido sueño que recorre
las estaciones todas de su ruta
tan amorosamente
que no elude seguirla a sus infiernos
Y parece que allá nos llevan, porque no vamos por propio pie, sino engañados por ese histeria masiva sustentada en el supuesto encanto que llega con el cambio de modelo de desarrollo -otra vez en 200 años de vida independiente-, como resultado de una reformas que desposeyeron al Estado y a los mexicanos, de todos esos activos que incentivaron la creación de una Suave patria, de un proyecto de nación, de la idea de futuro, para regresarnos, como la intuyó José Gorostiza, a una Muerte sin fin.