* Para fortuna de nosotros, sus gobernados, su carisma y conocimiento de lo humano y sus debilidades, le confieren un aura mística, tanto que lo acerca a la santidad, por no decir divinidad, pues puede ser un sacrilegio. En su sapiencia, intuye que una vez que haya concluido su labor de convertirnos en Haití, vamos a necesitar de su consuelo y su presencia. Está más allá del milagro del Tepeyac. Dejaremos de ser guadalupanos, para convertirnos en amloanos
Gregorio Ortega Molina
Imposible no aceptar que debemos estar agradecidos por el líder nacional de este calibre que nos tocó en suerte. Ya quisieran Vladimir Putin y Joe Biden tener un socio así para amarrar sus componendas y vislumbrar su futuro. Es lo mejor que pudo haberlo ocurrido a México.
Con un “plus”. Nos resultó vidente, más acertado que el legendario Oráculo de Delfos. Supo, desde que tomó posesión, el nombre y trayectoria del candidato presidencial de la coalición opositora para 2024; sabía, desde que ambicionó el poder y fue protegido por Payambé López Falconi después de ese desaguisado fatal con su propio hermano; estaba enterado de que llevaría a su país, México, a los niveles de Dinamarca en asuntos de sanidad y salud, tan es así que el descenso en la tasa de mortalidad debe ser conocido en el mundo.
Bueno, en asuntos de seguridad pública siempre tuvo la certeza de que los abrazos redituarían más que los balazos, y para confirmar su augurio, se detuvo en un cruce carretero a esperar, de pie y con una sonrisa en los labios, a la señora Consuelo Loera Guzmán, porque supo con antelación que ella era la “madrina” y señora del gran poder, para contener y disminuir la violencia que hoy, y gracias a su sabiduría en el arte de gobernar, es un mal sueño, como lo sucedido en Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Chiapas, Tijuana…
Para fortuna de nosotros, sus gobernados, su carisma y conocimiento de lo humano y sus debilidades, le confieren un aura mística, tanto que lo acerca a la santidad, por no decir divinidad, pues puede ser un sacrilegio. En su sapiencia, intuye que una vez que haya concluido su labor de convertirnos en Haití, vamos a necesitar de su consuelo y su presencia. Está más allá del milagro del Tepeyac. Dejaremos de ser guadalupanos, para convertirnos en amloanos. Lo cierto es que ya muchos confían más en la mítica figura presidencial que en la del santo Señor de Chalma.
Son tales su fuerza, su poder y su santidad, que transformará a una corcholata en un ser real y, además, la dotará de la capacidad de gobernar (obvio, siempre supeditada por él, verdadero señor de los anillos), la dotará de imagen casi humana, de inteligencia y la medida sapiencia para saber ante quién ha de inclinarse, con el propósito de vivir como si existiera por ella misma.
Convoquemos a los gobernantes y sus naciones, para que atestigüen de los milagros del verdadero líder, de la nueva luz del mundo.
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El presidente de la República tiene una norma y exige que se cumpla: lo que no es en su beneficio, es en su contra. Cuando le convino calló a la chachalaca de Guanajuato, pero él se muestra incapaz de cumplir con lo que pide a otros.
Está bien que solicite a Mexicanos Contra la Corrupción que arqueen la actividad empresarial y fiscal de Xóchitl Gálvez (el señor López Obrador se adelantó y exhibió como verdad revelada lo que no puede comprobar), y para ser parejos, debiera ese mismo organismo civil informarnos de qué vivió el modélico santo patrono de los pobres desde que dejó el gobierno de la Ciudad de México, hasta que en 2018 se hizo con el poder total; debiera, también, transparentar lo de las aportaciones, lo mismo las que llegan de manos de sus hermanos y otros familiares, como de la actividad de los fieles igualitos a Delfina Gómez. ¿Qué se ha hecho de ese dinero? ¿Y a dónde fue a parar el desvío político de los recursos federales que debieron estar en Segalmex? Indican que fueron a los países hermanos del subcontinente. ¿Será? ¿Tanto le debe a Ignacio Ovalle Fernández, o éste hizo lo que nunca aceptó con Luis Echeverría?
Todo lo que ocurra de violento a la persona de Xóchitl Gálvez, su familia y sus bienes, es responsabilidad social, civil y penal de Andrés Manuel López Obrador, renuente a dejar el poder, como lo indica la Constitución.
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@OrtegaGregorio