* El lenguaje se inventó para nombrar lo ausente. Lo presente está ahí, al alcance de las manos, a la vista. Allí está el dilema de la libertad de opinión, y es lo que no entienden algunos directivos de los medios de difusión
Gregorio Ortega Molina
Al concluir la II Guerra Mundial y una vez que Combat salió de la clandestinidad, Albert Camus dedicó algunos textos al periodismo, de los que destaco lo siguiente:
Hay otra aportación del periodista al público. Está en el comentario político y moral de la actualidad. Frente a las fuerzas desordenadas de la historia, en las que la información sólo es un reflejo, puede ser útil hacer notar, día a día, la reflexión de un espíritu o las observaciones comunes de varios espíritus. Pero esto no puede hacerse sin escrúpulos, sin distancia y sin una sana idea de la relatividad.
Es cierto, el gusto por la verdad no impide tomar partido. E incluso, si empezaron a comprender lo que queremos hacer con este periódico, imposible entender la verdad sin la toma de partido. Pero en este punto, como en todos, es necesario encontrar el tono, aunque ahora está muy devaluado.
Claro que hubo y hay periodistas sin escrúpulos, eso no está a discusión, como tampoco debe estarlo que en todos los ámbitos profesionales hay personas que abusan de una muy grande o muy modesta posición de poder, pero sobre todo en el ámbito gubernamental, incluso hoy que pregonan que la corrupción dejó de existir, fue del pasado, del neoliberalismo.
¿Cómo asumir la responsabilidad de lo que se dice al micrófono, con imagen o sin ella, y de lo que se escribe en el mundo virtual y en la página impresa? Allí está la leyenda que exonera a los propietarios, los directores, las mesas de redacción, las subdirecciones editoriales; Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de El Dictamen.
¿Por qué, entonces, se empeñan en obstruir la libertad de opinión? ¿Por zafiedad? ¿Por miedo?
Nada hay más poderoso que la palabra, en cualesquiera de sus formas de expresión. Hubo una época en que la influencia de los oradores en la opinión pública fue decisiva; el poder del discurso permitió crear aberraciones como el nazismo y el fascismo. Por lo pronto, aquí el discurso político vuelve por sus fueros, aunque su narrativa posterior sea fallida.
En diversos ámbitos de la vida la palabra lo es todo, aunque ciertas expresiones se hayan devaluado, porque lo dicho no se preservó, su cumplió, se observó. Ya nadie usa la frase palabra de hombre, porque ya nada significa ser cumplidor, y la palabra está devaluada, por tergiversada.
Hace semanas uso como vademécum La vida a ratos, donde Juan José Millás nos refiere: “Si se habla tanto del sentido de la vida, es porque no lo tiene. También se habla mucho del pan cuando se carece de él. El lenguaje se inventó para nombrar lo ausente. Lo presente está ahí, al alcance de las manos, a la vista”.
Allí está el dilema de la libertad de opinión, y es lo que no entienden algunos directivos de los medios de difusión.
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