* Lo único cierto es que los fosas clandestinas son las pruebas inocultables de cómo intentaron preservar la seguridad interior; desconocemos si con los malos se fueron unos o muchos buenos a los sepulcros blanqueados de los derechos humanos
Gregorio Ortega Molina
Nada más elocuente que las fotografías de Miguel Ángel Osorio Chong y José Antonio Meade durante la visita del precandidato priista a Hidalgo. El rostro del ex secretario de Gobernación desmiente todas las versiones sobre su conformidad con lo ocurrido a su destino. Para contentarlo lo colocaron en el primer lugar de las listas.
El gesto del rostro deja abierta la puerta de su razón, de su alma. El talante es de un político frustrado con él mismo por creerse lo que le vendieron como futuro, y por la necesidad de plegarse a las necesidades del poder, por aquello de los expedientes abiertos, los saldos del quehacer del oficio del ministro del Interior, y la necesaria impunidad por lo que se hizo al servicio del Estado, y quizá de él mismo. Únicamente Osorio Chong y EPN lo saben.
El estado de postración en que los barones de la droga y otras vertientes del crimen organizado tienen a la República y sus instituciones, muchas de ellas vejadas por quienes debieran administrarlas y mantenerlas incólumes, son muestra irrecusable de la gestión del señor Miguel Ángel Osorio Chong, pues él fue cabeza de esa seguridad interior que ha de preservar la integridad del Estado por sobre la justicia, pues para eso la Ley existe, por sobre los derechos humanos de los victimarios, acostumbrados a la compra de impunidad y a manejarse por la libre, lo mismo disfrazados de policías comunitarios, de autodefensas, de Ministerio Público y policías constitucionalmente ordenadas, que actuando abiertamente y sin complejos como sicarios, narcotraficantes y empresarios corruptores.
Los modos con los que administró el estado de Hidalgo durante su gobierno, muestran que sabe a la perfección qué sí y qué no puede hacerse para honrar el mandato constitucional, así como dejar claramente establecido que la delincuencia probada, la que mata o secuestra o ejecuta o extorsiona o todo junto, no puede ya ser tolerada, porque el riesgo para ambos bandos: la ley versus la mafia, el riesgo es morir matando, para defender las garantías y los derechos constitucionales de los hombres de paz, a los que es necesario desearles buena voluntad para poner punto final a tanta impunidad.
Quizá leyendo a Michel de Montaigne aprendan que “vergonzosos y falsos son la mayoría de los acuerdos de las querellas de hoy; no tratamos sino de salvar las apariencias y mientras traicionamos y ocultamos nuestras verdaderas intenciones. Encubrimos la realidad; sabemos cómo lo hemos dicho y en qué sentido… Contradecimos nuestro pensamiento a costa de nuestra franqueza… Nos desmentimos a nosotros mismos para salvar un mentís que hemos dado”.
Lo único cierto es que los fosas clandestinas son las pruebas inocultables de cómo preservaron la seguridad interior; desconocemos si con los malos se fueron unos o muchos buenos a los sepulcros blanqueados de los derechos humanos.
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