* Nunca como ahora es trascendente la responsabilidad del elector al sufragar. No se trata de ir por más de lo mismo, de eludir al peligro para México, sino de sancionar, o no, una política globalizadora y de libre mercado que conduce a la tiranía económica, y ratificar o no una ausencia del Estado en el quehacer político, dejado desde 1982 en manos de los poderes fácticos
Gregorio Ortega Molina
Los escándalos de corrupción y su combate, como la lucha contra la impunidad, no pueden ser el hilo conductor de las campañas políticas de los postulantes al poder, ni el motivo de preocupación fundamental del elector. Atrás de la distracción están los problemas de urgente solución, entre ellos los múltiples vacíos de poder.
Los gobernantes mexicanos contribuyen al deterioro de las instituciones de protección y administración de justicia. “Es imposible llevar a cabo elecciones democráticas, juzgar casos en los tribunales, diseñar las leyes y hacer que se cumplan, y en general gestionar cualquier otro asunto corriente del Gobierno, cuando existen organismos al margen del Estado que también tienen acceso a la violencia… organizaciones violentas que se involucran en la política”, anota Thimoty Snyder en Sobre la tiranía.
Allí están las policías comunitarias, las autodefensas y otro tipo de organizaciones vecinales capaces de linchar por quítame estas pajas para poner orden, su orden. Las toleran porque la inseguridad pública creció geométricamente en cuanto los barones de la droga se insertaron en la globalización y su propio libre comercio: para hacerlo respetar y hacerse temer, armaron sus ejércitos paramilitares, pues eso son los sicarios, los kaibiles que llegaron exportados desde Guatemala, o la mara salvatrucha desde El Salvador o desde el sur de Los Ángeles, a Tijuana y Baja California.
Engrosar las filas de los abstencionistas es hacerle el juego a la partidocracia, a los poderes fácticos y grupos que inciden en las elecciones para preservar sus parcelas de poder, sus pequeñas fuentes de corrupción, esa impunidad que impide a la mayoría salir adelante y saltar sobre la brecha que ensanchan la globalización y el libre comercio.
Hay que votar, elegir al candidato que ofrezca una revisión profunda de los modelos de desarrollo económico y de convivencia social y política, porque el tejido social está roto, y con lo que se tiene en los ámbitos de empleo, salario, educación, salud, seguridad, equidad, justicia en su procuración y administración, es imposible zurcirse; lo que sigue es la confrontación abierta.
Deben adquirir conciencia de que el país está sobre armado: con lo obsoleto y con lo más moderno, y la confrontación verbal en política alienta al encono, a la búsqueda de sangre, mientras EPN se afana por obtener reconocimiento nacional e internacional, cuando lo por él hecho estuvo mal encausado y tendrá resultados negativos.
El lenguaje usado por Enrique Ochoa Reza oscila entre la difamación y la estulticia, mientras el breve secretario de Gobernación sencillamente miente: hay seguimiento, pero no espionaje. El CISEN no sigue, espía.
Por lo pronto están empeñados en disfrazarnos el deseo de tiranía en una contienda democrática. Creen que somos incapaces de ver “el modo (su modo) de destruir todas las normas, para concentrarse en la idea de la excepción”, de ahí su empeño en la Ley de Seguridad Interior.
Nunca como ahora es trascendente la responsabilidad del elector al sufragar. No se trata de ir por más de lo mismo, de eludir al peligro para México, sino de sancionar, o no, una política globalizadora y de libre mercado que conduce a la tiranía económica, y ratificar o no una ausencia del Estado en el quehacer político, dejado desde 1982 en manos de los poderes fácticos
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