* El agua es salud, higiene, alimentación, prevención para unos, mientras que para los elegidos, los que cuentan con alberca en sus casas, o tinas de hidromasaje, el agua también es diversión. Los jardines son otro asunto, porque bien cuidados adquieren la importancia de minipulmones
Gregorio Ortega Molina
La Sheinbaum enfrenta un problema bicéfalo de dimensión apocalíptica: los servicios y el reordenamiento urbano. Adiós a los bandos y a los desarrolladores ante la imposibilidad de apagar la sed.
Todos los servicios que han de proporcionarse a los habitantes de la Ciudad de México son necesarios, sólo unos cuantos vitales. Dos, me atreveré a afirmar: agua y seguridad.
El agua es salud, higiene, alimentación, prevención, para unos, mientras que para los elegidos, los que cuentan con alberca en sus casas, o tinas de hidromasaje, el agua también es diversión. Los jardines son otro asunto, porque bien cuidados adquieren la importancia de minipulmones urbanos.
A mayor desorganizado e ilimitado desarrollo urbano, más necesidad de agua. ¿Dónde se consume en cantidades fuera de lo común: casas-habitación, clubes deportivos, oficinas, baños públicos, restaurantes y bares? ¿Y el desperdicio por la mala red hidráulica? ¿Y el uso clientelar? ¿Y el tandeo?
Podemos hacer una y mil consideraciones en torno al uso urbano del agua, porque falta y hay que cuidarla y hay que cobrarla en su precio justo y es urgente cancelar, ya, su uso político. Por ello resulta importante rescatar el reportaje de El País del sábado 4 de agosto, donde nos enteramos de lo siguiente: “Hace más de cinco años que Rosa Duarte Pérez no usa la ducha de su casa. En su lugar, llena un balde con agua de varios bidones que tiene en su patio y se baña <<a jicarazos>>. Ella y su familia, de cinco personas se paran en una tina pequeña donde cae el líquido que después reutiliza para lavar o, si no tiene jabón, para regar sus plantas.
“Las mujeres de los barrios más secos de Ciudad de México son quienes se encargan de resguardar el agua ante la escasez que sufre la capital. Esto en una ciudad donde uno de cada cinco habitantes tiene agua corriente durante solo parte del día.
“En estas zonas las mujeres dedican mucho más tiempo a reciclar el agua del lavado que en la misma acción de lavar, explica Juana Martínez Macedo, una investigadora respaldada por Women for Climate, que se dedica a estudiar el papel de la mujer en situaciones de escasez hídrica.
“Rosa Duarte y otros antiguos vecinos de Los Pedregales -como le llaman a este conjunto de barrios donde viven- han sido testigos de cómo el agua desaparecía de sus llaves a medida que los edificios residenciales se construían en la zona”.
¿Puede agravarse lo anterior? Naturalmente. ¿Debe permitirse? De ninguna manera, de ahí que la Sheinbaum cree un proyecto de concientización para el cuidado y consumo del agua, porque de lo contrario todos aquellos que tienen duchas que no usan e inodoros sin agua en los depósitos decidirán cobrarse este grave, duro, inútil agravio social.
También debe modificarse el cobro en su consumo, de acuerdo a las tinas de hidromasaje y el número de habitantes por hogar, porque el que quiera agua celeste, que le cueste.
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