* La herencia que podría recibir Claudia Sheinbaum es muestra de ese odio a México, a los mexicanos. ¿Tiene remedio? No con un segundo piso ficticio, porque a lo que aspiran es a dar cimientos al primero, para construir la 4T de los mil años
Gregorio Ortega Molina
Iniciar un intenso y posiblemente accidentado recorrido de 90 días en el Zócalo para regresar al punto de partida, equivale a subirse a una caminadora con los ojos cubiertos para dejarse guiar, porque los últimos años despachó en el edificio del gobierno de la Ciudad de México, y aspira a cambiarse al de enfrente.
Pienso en el críptico lenguaje de la despedida de Juan Pablo II: me voy, pero me quedo; me voy, pero no me voy. ¿Quién se va, quién se queda? ¿Ella, él? Hasta lo que hoy se percibe, es el inquilino de Palacio Nacional quien decide ruta, diálogo, destino, por ello corrió también a entrevistarse con Francisco, Papa, allá en El Vaticano. ¿En su calidad de jefe de Estado, o de líder espiritual de millones de católicos en el mundo y en este México Guadalupano?, donde lo que los fieles escuchan desde el púlpito es tomado en cuenta, es considerado un camino a seguir.
La clientela política evangélica, cristiana, protestante, carece del peso específico que la devoción a la virgen de Guadalupe confiere a los católicos, son más y actúan, ahora otra vez, en coordinación con las diferentes diócesis y la arquidiócesis. Esta fe, esta religión, también tiene una organización territorial, y los clérigos saben servirse de ella.
Sostiene y prefigura, Jorge Zepeda Patterson en su artículo de 15 de febrero último, que es imposible la venta de la imagen política, pública, de mujer capaz, de Xóchitl Gálvez, lo que me obliga a cuestionarme qué tan fácil o difícil puede serlo la de Claudia Sheinbaum, a pesar de su inteligencia y su padrino.
La pregunta resulta ineludible: ¿qué tanto pesa la palabra, la imagen, los dichos de Andrés Manuel López Obrador, en lograr el destino prefigurado para su corcholata, y en la voluntad de los electores, como para traicionarse a ellos mismos y a sus hijos?
Ante la incertidumbre de obtener una respuesta clara, evoco mi lectura de Juegos funerarios (obsequio de Javier Moctezuma Barragán, cuando todavía le caía bien), donde Mary Renault nos obsequia la siguiente reflexión: “Como otros hombres que han profesado el odio mucho tiempo, culpaba al objeto de ese odio de todas las adversidades, sin considerar jamás que era su odio, y no su enemigo, el que había creado esa situación adversa. Como tantos hombres antes y después de él sólo veía un remedio y decidió buscarlo”.
La herencia que podría recibir Claudia Sheinbaum es muestra de ese odio a México, a los mexicanos. ¿Tiene remedio? No con un segundo piso ficticio, porque a lo que aspiran es a dar cimientos al primero, para construir la 4T de los mil años.
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