* Le tocó en suerte ser el rostro de la libertad de expresión, como a Victoria Dornelas le correspondió encarnar la imagen de la patria, pintada por José Luis González Camarena para los libros de texto gratuitos
Gregorio Ortega Molina
El 5 de agosto subieron un texto en el que sugiero o propongo que los demandados por daño moral sean los señores Vargas, no que éstos demanden a Carmen Aristegui.
Dos son los párrafos que sacaron erisipela a los internautas hermeneutas: Los empresarios siempre estuvieron conscientes de que el periodismo imparcial es una entelequia, porque es ejercido por seres humanos con filias y fobias, fortalezas y debilidades; la conductora Carmen Aristegui hizo patentes sus preferencias ideológicas y su idea, su muy personal idea de servicio a la sociedad: la denuncia comprobada e irreprochable, sin chantaje ni corrupción de por medio, pues de existir ya se lo hubieran reclamado y exhibido. Al no poder comprar su silencio, se decidieron por apagar el ruido a cualquier costo.
También el último: Creo que los radio escuchas de Carmen Aristegui en particular, y los de todos los otros noticieros en general, deben unirse en una demanda colectiva por daño moral contra los señores Vargas y MVS, pero eso no ocurrirá, porque son incapaces de defender sus intereses y los de la sociedad en que viven.
Una vez que la comezón le resultó insufrible, Gerardo de la Concha apuntó: ¿Y por qué la señora Carmen Aristegui es “un interés de la sociedad en la que vivimos”? Es una periodista como otros, el reportaje de la “casa blanca” se lo filtraron, si fuera una verdadera periodista ya habría complementado esa “información” con otras, como las casas de Marcelo Ebrard, López Obrador, Ricardo Monreal, Cuauhtémoc Cárdenas, etcétera, hombre, ya de perdis la de Higinio Martínez, el presidente municipal de Morena en Texcoco que posee una manzana entera con valor de 80 millones de pesos y ya pagadita, no a plazos con el Grupo Higa, o el rancho del líder del SME, muy bonito, con caballos pura sangre, se me hace que es una periodista flojita y por eso no le chambea la veta que “encontró”; los señores de MVS Multivisión la corrieron con otro motivo, pero éste sería muy justificado (el de huevona, pues quiero creer que se trata de eso, ¿verdad?, me refiero a la razón de que no haga más “reportajes” de esos); saludos
Tuve el desacierto de responder de botepronto, vía correo electrónico: ¿Escribí que la señora Aristegui era de interés para la sociedad? Bueno, cada lector puede leer lo que le venga en gana, es el riesgo. Dejó de ser un asunto entre particulares porque las concesiones de radio son de interés social, son importantes para la sociedad, tanto por el entretenimiento como por la información que difunden.
Por favor, no pongan palabras ni ideas que no son mías en mi pluma.
Gracias
Y el diálogo se amplió.
Ramón Ojeda Mestre: Jaja. Aparte de calámicos somos hermeneutas o hermenautas?????
Fernando Amerlinck: Desde luego. Qué lamentable falta de ética, no hacer un periodismo de investigación parejo, cosa en que no abundo porque ya la dijo Gerardo con suficiencia. No tengo respeto por alguien que empuja una sola agenda política y mide con diferente vara a aliados y enemigos porque sigue la máxima de “nunca es pillo mi compadre”. Además, defender a la plañidera que lamenta de los señores Vargas su libertad de contratación y de hacer con SU dinero, poco o mucho, lo que deseen, es lamentable.
Yo nunca lloré cuando me corrieron de Radio Fórmula, y no fui el único despedido. Esta señora tampoco es la monopolizadora de la crítica contra Peña ni la única que sigue gozando de una libertad de expresión que nunca conocí en aquellos tiempos, y que sigue teniendo espacios para ejercerla. Ojalá que siguiera ella en sus espacios las virtudes que defiende el señor Kollek. Y que deje de llorar por favor. Y que dejen de llorar por ella.
Gustavo Cortés Campa: A ver si entendí. Hemos sido “dañados moralmente” por el despido de una locutora que se metió en líos con sus patrones. O no, realmente no fuimos todos, sino los asiduos al programa de noticias de la señora Aristegui. Y dice el señor Ortega que “deberían presentar una demanda contra los Vargas” por ¡Daño moral!
Bueno pues, creo recordar que un grupo de lo que podría ser una especie de Club de Admiradores de Carmen Aristegui, hace ya un rato, presentó demanda de amparo para “proteger su derecho como audiencia” (sic). Y creo que el amparo fue rechazado por los jueces.
También creo que hacer “periodismo de causa” es algo común. Sólo hay un problemita: que “la causa” quede muy bien establecida.
Pero no: nadie hace eso. Todos se hacen pasar por “objetivos” e “independientes”.
Hay una frase de los estalinistas que sigue vigente entre los “progres” que suponen que se puede ocultar la cruz de su parroquia: “No vamos a darle armas a los enemigos”.
Porque enarbolar “una causa” implica tener enemigos. Enemigos de la “causa”.
Por eso, en el sitio de Internet de la señora Aristegui nunca hubo referencias ni comentarios a las declaraciones del Peje en el noticiario de Ciro Gómez Leyva, donde dijo que “a nadie beneficia” una eventual caída del gobierno de Peña Nieto (No es textual, pero en esencia eso dijo).
Por eso, en La Jornada se publicó alegremente que los que trasquilaron y humillaron a un grupo de maestros, entre ellos algunas ancianas, en un pueblo de Chiapas “fueron empleados de la presidencia municipal”.
Yo no veo “daño moral” de ningún tipo. Cada quien se traga las ruedas de molino de su elección.
Un afectuoso saludo
Fernando Amerlinck: Yo, más bien veo que la cultura del doble standard moral es la que produce un gran daño inmoral…
La reproducción de los dos párrafos de mi texto son respuesta suficiente para los sesudos deformadores de mis propuestas, aunque creo prudente insistir, otra vez, en que: Los empresarios siempre estuvieron conscientes de que el periodismo imparcial es una entelequia, porque es ejercido por seres humanos con filias y fobias, fortalezas y debilidades; la conductora Carmen Aristegui hizo patentes sus preferencias ideológicas y su idea, su muy personal idea de servicio a la sociedad.
Si fuese corrupta o corruptora, ya la habrían torcido. Es denostada por tener filias y fobias establecidas y, sí, cada quien que se trague las ruedas del molino que quiera. Dejé establecido que no hay periodismo imparcial.
En cuanto a la adjetivación (a falta de rigor analítico) irreverente de que es “huevona”, ésta puede tener dos acepciones -una muy mexicana-, y quizá la que le queda es que tiene muchos “güevos”; tantos, como para enfrentarse al modelo de las concesiones casi gratuitas y de la deformación de la noticia.
¿Vivimos, o no, en la era de las filtraciones? Allí están Julian Assange, Edward Snowden y, mucho antes que ellos los beneficiaros de Garganta Profunda, quien llevó de la mano a los periodistas del Washington Post en el caso Watergate: Bob Woodward y Carl Bernstein.
¿Fueron güevones?
¿Todos los medios que se beneficiaron de los grandes filtradores del último lustro, y los periodistas que crecieron gracias al manejo de esa información, son flojos?
Lo que se admira en el extranjero, aquí es intolerable. ¿Quién dice que el periodismo de investigación no es asistido por constantes filtraciones? El riesgo para el periodista es hacerlas públicas, porque nunca sabe cuál es el interés que hay detrás de cada información “privilegiada” que ponen en sus manos.
Tengo simpatía, sí, por el trabajo de Carmen Aristegui, porque le tocó en suerte ser el rostro de la libertad de expresión, como a Victoria Dornelas le correspondió encarnar la imagen de la patria, pintada por José Luis González Camarena para los libros de texto gratuitos; alguna francesa desconocida, tocada por el gorro frigio, fue elegida para ser el emblema de la República Francesa y su trípode legal: libertad, igualdad y fraternidad.
Esa libertad de expresión pudo estar encarnada por Adela Micha, Denise Mearker o Denise Dresser, aunque las tres “gracias” también padezcan de filias y fobias.
Tengo simpatía por su labor periodística, porque, como escribió el mismo Gerardo de la Concha en La razón y la afrenta: “Si los panfletos retratan a sus autores, personajes de espíritus grandes, esperpénticos, contradictorios, valerosos, equivocados, incisivos, esclarecedores o confundidos, las polémicas son muchas veces las biografías involuntarias de quienes en el combate de las ideas, de las vanidades y de las propuestas se encarnan como protagonistas de la vida espiritual, cultural y política del país…”.
Pero, a lo peor, ya lo olvidó, como tampoco se acuerda de cómo me dedicó ese trabajo: “Para Gregorio Ortega un estupendo escritor de la estirpe también del buen periodismo, con estima por su amistad y su apoyo”. Palabras que después de 21 años carecen de importancia.
Ramón Ojeda Mestre merece una breve mención: de nada le sirvieron sus años cerca de Fernando Gutiérrez Barrios, no lee o no sabe leer, porque su respuesta indica ignorancia del fondo del asunto. Leyó a sus amigos, pero no mi texto, porque no somos amigos.
En cuanto a los otros dos comparsas, sólo les solicito se decidan a meditar en el párrafo siguiente:
Insisto, se trata de la libertad de expresión, en la misma idea en que lo expone Antonio Muñoz Molina en una de sus columnas de Babelia: “La escena es real: en Moscú, en 1937, mucha gente tenía preparada una pequeña maleta para cuando llegaran en mitad de la noche los agentes de la policía política. El hombre que prefería esperarlos en la puerta de su apartamento era Dmitri Shostakóvich. Nunca, en toda su vida adulta, dejó de tener miedo, ni un solo día.
Nunca vinieron a detenerlo. Testigos que estuvieron cerca de él se fijaron en el temblor permanente de sus manos, los tics de su cara muy pálida, el modo en que chupaba los cigarrillos. Los mejores momentos de la música de Shostakóvich oscilan entre una gradual amenaza, una dulzura de contemplación, una energía violenta, un estallido de lo grotesco y lo macabro, una retirada a lo más secreto y lo más sagrado de la conciencia, donde sin embargo no se está a salvo del remordimiento y el sarcasmo. A estas alturas, y a pesar del desdén arrogante que le dedicó Pierre Boulez, Shostakóvich es uno de los compositores fundamentales del último siglo”.
Empezarán a preocuparse cuando los busquen en sus casas después de la media noche, o cuando desde la oscuridad les disparen, tal como acribillan a alcaldes y periodistas. No olviden, por favor, que los extremos de derecha e izquierda del ámbito político siempre coinciden en lo mismo: la necesidad de represión.
Reaparece la sombra del caudillo en el país que todos, ahora sí todos, contribuimos a construir. O ¿ustedes no?
Por último, tengo simpatía por el valor y la honradez de Carmen Aristegui, porque nadie defendió a las familias de Dalmau Costa, Jordi Escofet y Alberto Carramiñana cuando los Vargas, amparados en su fuerza informativa y su complicidad con Manuel Camacho Solís, los despojaron de la concesión del restaurante El Lago. Pero eso no cuenta. Lo que se hace por dinero está bien hecho y debe ser aceptado sin chistar.
Y sí, me gusta el carácter belicoso de la Aristegui, porque los señores Vargas se enriquecen de manera desmedida gracias a una concesión del Estado; ya es tiempo de que transparenten su uso, que informen de los exiguos derechos que pagan por disfrutar de algo que no es del gobierno, sino de todos nosotros.