* La sucesión presidencial de 2018 se definirá en la intensa guerra interna que padecerán los partidos para elegir a sus precandidatos, primero, a sus candidatos después, y más tardes las alianzas “electorales” sangrarán, todavía más, a las organizaciones políticas infiltradas por la corrupción
Gregorio Ortega Molina
Esta será una contienda por el poder sin claras reglas del juego. No me refiero a las normas legales cuya observancia es supuestamente vigilada por el INE y el TEPJF. El ámbito en que se definirá está enmarcado por la corrupción, la enorme corrupción de la que tampoco MORENA está exento, pues como lo he subrayado en muchas ocasiones, hay algo además de lo pecuniario para mover voluntades o doblegarlas. Carlos Slim y el Nuevo Polanco o el Centro Histórico son ejemplo vivo del nuevo rejuego político.
Durante los próximos ocho o nueve meses seremos testigos de los estragos de la corrupción y la manera en que la delincuencia organizada, los barones del dinero y la comunicación, la Iglesia, los gobernadores, los militares y una mínima parte de la sociedad, se esfuerzan por incidir en la sucesión presidencial, en su propio beneficio o en defensa de esos intereses extranacionales representados por la globalización y, concretamente, los inversionistas del petróleo que regresan después de haberla pifiado en 1938 y años anteriores.
El país regresa a idéntica situación a como lo observara Hermann Melville en Moby Dick, pues México es, otra vez, una ballena franca a la que cualquiera y todos pueden arponear, con el único propósito de hacerse con un trozo de su riqueza.
Por todo lo anterior, tengo la certeza de que la sucesión presidencial de 2018 se definirá en la intensa guerra interna que padecerán los partidos para elegir a sus precandidatos, primero, a sus candidatos después, y más tardes las alianzas “electorales” sangrarán, todavía más, a las organizaciones políticas infiltradas por la corrupción, la del narco o la de los barones del dinero.
Pueden los lectores creer o asegurar que el caso de MORENA se cuece aparte, pero no debe olvidarse que esa organización está fundada sobre los estragos causados por la leche Betty, los bandos de edificación en lo que fue el DF, los convenios establecidos con Carlos Slim y Marcelo Ebrard, sin olvidar el pacto secreto acordado con Ernesto Zedillo, que garantizó a AMLO la candidatura para ser jefe de gobierno, sin tener residencia legal en la ciudad. Él lo sabe, vivía en su rincón de “La Chingada”.
A lo anterior habrá de añadirse el ingrediente de la militarización de la vida toda del país. Los civiles, agobiados por carecer de una conciencia lo suficientemente flexible para cumplir con las funciones impuestas por la preservación del Estado, y por ese rescoldo del síndrome del 68 y del 71 y de Aguas Blancas y el EZLN y el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, prefieren echar sobre la espalda de las Fuerzas Armadas la responsabilidad de asumir el mandato del artículo 29 constitucional.
Mañana, más sobre la crisis interna de las organizaciones políticas.
Del Demonio de Sócrates: Las órdenes ejecutivas fueron firmadas por Donald J. Trump. TLCAN a revisión, el Acuerdo del Pacífico, a la sepultura. Sufrirán el comercio y las economías globalizadas sin el respaldo de un mercado interno fuerte.
El próximo martes 31 de enero conversarán EPN y el usufructuario del Salón Oval. No será fácil para ninguno, pero nosotros podremos ver, con el resultado, de qué está hecho el presidente constitucional de México.