* Hablamos de la travesía del desierto, en ese sentido que André Malraux y Charles De Gaulle calificaron al receso en el poder. Esa ocasión le obsequié Epístola: In Carcere et Vinculis (De Profundis), las reflexiones de Oscar Wilde durante su reclusión. Me aseguró, en ese momento, que ocuparía el lugar del que Uranga abdicara hacía mucho: “Seré la conciencia de la nación, Gregorio”, me afirmó, y también me aseguró que se dedicaría a escribir
Gregorio Ortega Molina
Tengo tratos amistosos y afectivos con Porfirio Muñoz Ledo desde inicios de 1968, pero no puedo afirmar que lo conozco. Lo respeto profesionalmente y puedo dar testimonio de su probidad pecuniaria e intelectual. En algún momento llegué a admirarlo, hasta que decidió saltar de un partido a otro.
Me sorprende que estuviera brevemente de pedinche por una “pluri”, lo que de cualquier manera es señal inequívoca de su honradez pecuniaria. El cargo lo tenía sin cuidado, le preocupa la falta de ingreso, porque la neta es que no tiene dinero, no fue político corrupto desde el punto de vista pecuniario, y oportunidades las tuvo. El presidente de un partido político en campaña termina su gestión millonario, casi siempre. Muñoz Ledo no.
Tuvimos muchas horas de conversación en solitario. En muchas fui testigo de sus charlas largas, sinceras e intensas con Gregorio Ortega Hernández; en otras, escuché en silencio los análisis y terribles juicios políticos entre él y Emilio Uranga, o las amargas discusiones con Scherer García.
Años después, luego de su defenestración de la SEP, lo visité para tener una larga y sincera conversación con él. Hablamos de la travesía del desierto, en ese sentido que André Malraux y Charles De Gaulle referían el receso en el poder. Esa ocasión le obsequié Epístola: In Carcere et Vinculis (De Profundis), las reflexiones de Oscar Wilde durante su reclusión. Me dijo, en ese momento, que ocuparía el lugar del que Uranga abdicara hacía mucho: “Seré la conciencia de la nación, Gregorio”, me afirmó, y también me aseguró que se dedicaría a escribir.
Poco le duró ese empeño. En cuanto José López Portillo lo transformó de cesante en embajador de México ante la ONU -donde su papel fue brillante, a pesar del desaguisado del alcohol- olvidó el trabajo y la soledad del intelectual. Ahora pienso que la perversa de Rosa Luz Alegría indujo al presidente López Portillo a esa decisión, con el propósito de descarrilar la carrera intelectual de Muñoz Ledo, quien cambió la pluma del pensador, del agudo ensayista, por las cartas credenciales y la casaca de embajador.
Desde entonces creció el político, pero también inicio el despeñadero del intelectual que quedó en deuda con México. Pudo ser un grande, debió aspirar a la Rotonda de las Mujeres y Hombres Ilustres, pero optó por el halago y la lambisconería de los poderosos, porque -créanlo o no- fue lambisconeado por los presidentes de la República.
A la edad que tiene ya no producirá nada con la pluma; sin embargo, debe preocuparse porque su imagen histórica no pierda el halo de dignidad que la rodea, pues tal y como procede con el anhelo de un ingreso, se entrega en las manos de esos políticos miserables que quieren comérselo vivo. Más le vale a él cerrar su propia historia, y no que extraños se la cierren.
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Debe quedarnos clara la estrategia del Poder Ejecutivo vs el INE. Las candidaturas de Macedonio y Morón lo tienen sin cuidado, lo que busca es desacreditar al árbitro, lesionar ética y moralmente su credibilidad para, con holgura, denunciar fraude la noche del seis del junio, en caso de perder la Cámara de Diputados.
Pronto constataremos el tamaño de los electores que no están de acuerdo, y la manera en que defenderán su opinión emitida en las urnas. La confrontación se anuncia de antología, por aquello de las definiciones que desde el poder se reclaman: si no estás conmigo, estás en mi contra. Pero no hay que ser zacatones, no creo que saquen a los “milites” a las calles para reprimir a la voluntad popular. ¿O sí?
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@OrtegaGregorio