FRANCISCO RODRÍGUEZ
La despiadada crisis económica por la que atravesamos desde hace dos años, más la detonación de la pandemia, provocará sin duda una catástrofe social que evidenciara a todas luces el límite de un régimen que jamás estuvo preparado para acudir en auxilio de las grandes masas de la población. Se acicalaron para regalar dinero, no para ejecutar políticas sociales.
Hemos llegado al límite de la política. Cuando un sistema es incapaz de resolver estas añejas cuestiones, ya no tiene razón de ser. Cuando el Estado se encuentra entrampado por falsas disyuntivas que privilegian el apoyo a los incondicionales electorales, en lugar de pensar en el auxilio a las mayorías, ha llegado el momento de bajar el telón y parar tantas mentiras.
Ha llegado el momento de fajarse los machos y enfrentar con valor la ilusión de la demagogia, el populismo y las supuestas ideologías redencionistas que sólo cubren la cara de los indolentes. Un país no se reduce a la atención caritativa de los aliados en las barricadas de la miseria, de los acarreados a los festines del culto a la personalidad. Esa sólo es la característica de un régimen de contentillo.
La verdad: más miedo a la coronahambre que al coronavirus
El destrozado servicio de salud, derruido por ilusiones de trascendencia histórica y por echar abajo lo pasado –aunque hubiera servido para algo–, más la incompetencia para conseguir el dinero necesario para atender las necesidades de la población empleada en las pequeñas y medianas empresas, más la población informal que ronda casi el setenta por ciento de la masa ocupada, demuestran la falta de profesionalismo que nos puede llevar al lugar sin límites.
La población en extrema pobreza, más la que se debate en la miseria, tiene más miedo a la coronahambre que al coronavirus. Este es un hecho palpable que se revela en todas las regiones de la patria.
La incesante producción de miseria en el país convoca a indignación, más que a prevención, pues para esta última no existen los elementos para defenderse. De nada sirve saber que se avecina una avalancha de violencia, odio y rencor social sin parangón histórico. Estamos, como siempre, a la intemperie.
¡Aguas! Todo el país en estos momentos es un polvorín
Y aunque es la misma población que votó para superar el sistema autocrático del presidencialismo personalista, donde un solo hombrecillo decide por todos los demás, a quien le rinden pleitesía y sumisión incondicional, ya no tiene nada qué ofrecer en este mundo. Para nuestra desgracia, el modelito ya no corresponde a esta época.
Todo el país en estos momentos es un polvorín. Hay rabia, reclamo y apetito de revancha. La producción de miseria no deja de trabajar a ninguna hora, la sarta de errores tampoco. El caldo está servido. Los marginados actuales por la crisis y la pandemia serán los jueces y verdugos de mañana, cualquier mañana. Y ahí sí no va a haber compasión, ni piedad alguna.
Lo que vamos a vivir en poco tiempo será una tragedia inenarrable, impredecible en sus consecuencias, inimaginable en cualquier régimen de la naturaleza, ideología y crueldad que sea. Porque la palabra crisis ya no alcanzará para calificar lo abominable de la impunidad, el saqueo de la soberanía nacional y el ridículo mundial de un puño de improvisados francamente peligrosos.
La solución nunca pudo ser el encierro domiciliario
En lugar de política social, se secó la economía, se destruyeron las bases del empleo y arrasaron con la planta productiva. Además, se sustrajo dinero para futuras campañas intermedias y presidenciales con cargo al partido oficial y sus ad lateres. Con el único circulante que corre, el del narcotráfico y el de las remesas, no se va a ningún lado.
El rencor nacerá del recuerdo de que se cambió la justicia por la impunidad. El haberles dado a los grandes delincuentes de la Nación un fastuoso cheque en blanco y la autorización para seguir medrando y haciendo de las suyas a contrapelo de lo que fuera, siempre y cuando protegiera las ambiciones futuristas y los intereses políticos del caudillito.
La solución nunca pudo ser el encierro domiciliario, el confinamiento que se aplicaba en el medioevo para cubrirse de las pestes recurrentes. La población siempre esperó soluciones fiscales inteligentes, apertura gradual de negocios, levantamiento de paros industriales y fabriles en zonas geográficas de baja concentración demográfica.
Justicia por propia mano, suplirá a la impartición oficial denegada
La crisis no es sanitaria, sino política, económica y social. El rescate esperado no es para salvar “zopilotes”, aprovechados y conservadores, sino para acudir en auxilio de un pueblo entero. El enojo social puede rebasar todas las pobres capacidades de un régimen sordo, ciego y mudo que jamás ha entendido el tamaño del problema que tiene frente a sus narices.
Ahora llegará la justicia por propia mano, en sustitución de la impartición oficial denegada. La desintegración familiar por desesperación, hambre y angustia. El robo callejero para conseguir la manera del sustento, porque la gente come a diario. Un pueblo desesperado es Fuenteovejuna. ¡Todos a una!
El mismo gobiernito de la 4T soltó al tigre; secuestros, robos…
Invasiones a ranchos, ejidos y unidades productivas, asaltos a trenes, camiones con alimentos, materiales y personas, ocupación de propiedades urbanas, paracaidismo y levantamiento de ciudades pérdidas, saqueos sistemáticos a tiendas departamentales, almacenes y bodegas con alimentos y enseres. Cuando se le tocan los huevos al toro, este país es demasiado violento, muy justiciero al modo elemental.
Secuestros, asesinatos, ejecuciones a pedido expreso, bloqueos de carreteras y caminos rurales, innumerables cobros novedosos de derechos de piso, sobornos y extorsiones. Linchamientos de personajes y figuras de autoridad, confinamiento de territorios exclusivos para grupos armados regionales y municipales, cobro de impuestos extraoficiales al tránsito de bienes y personas.
Suplantación y sustitución de autoridades por medio de procedimientos de usos y costumbres, implantación extraordinaria de leyes marciales y de estados de excepción limitados a territorios y comunidades dominadas por poderes de facto, legitimados por la necesidad apremiante e impostergable.
Imperio real del terror y de leyes de la selva, incautación por vías de hecho de bodegas, alhóndigas y depósitos de bienes privados o colectivos, así como sacrificio de ganado para consumo de los invasores, sumisión de los anteriores patriarcas y caciques a los nuevos poderes. Los guardias de cuerpo se unirán a ese concepto de reivindicación.
Todo por prejuicios, por soberbia, por ignorancia, por estulticia.
Todo por los errores cometidos. Por no haber apoyado a tiempo a la planta productiva y al empleo, por no reducir el pago de impuestos a los asalariados, por querer jugarle el dedo en la boca a los informales, carne de cañón de las urnas morenistas.
Todo por no haber apoyado directamente las nóminas de Pymes acusadas de conservadoras, por haber suprimido los programas sociales que realmente funcionaron en los campos y las ciudades, por no haber apoyado con créditos a la producción y garantías del gobierno y de su banca de desarrollo a quienes realmente lo necesitaban para sostener la viabilidad económica de este país.
Todo por prejuicios, por soberbia, por ignorancia, por estulticia.
Espero equivocarme. Desafortunadamente pusieron la soga en la casa del ahorcado.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Y en la “mañanera” de ayer, en la que se anunció que el país ya entró a la Fase 3 de la pandemia por el ascenso del número de infectados, el Presidente acometió una barbosada, pues aseguró que, ante la crisis petrolera y económica que afectan a México, los pobres no tendrán nada que temer. Sostuvo que su gobierno entregará suficientes recursos para garantizar lo básico a las familias con menores recursos. Incluso aseguró que sus programas, permanentes y emergentes, serán capaces de dar cobertura al 70 por ciento de la población. “Con la caída del precio del petróleo hay un agravamiento de la crisis económica mundial que desde luego nos va a afectar. Sin embargo, quiero dar la garantía, la seguridad de que vamos a poder los mexicanos enfrentar esta crisis”, dijo. “Estoy estimando que podemos proteger hasta el 70 por ciento de los mexicanos, desde luego, de abajo hacia arriba. Los más pobres primero, ellos no tienen nada que temer porque no les va a faltar, que es lo básico, la alimentación y el derecho a la salud, la educación y el bienestar”.
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