Victor Roccas.
Durante ya largo tiempo, alrededor de 2,300 años, en la antigua Grecia, la democracia era un asunto fuente de profundo análisis, controversia y desde luego un caudal interminable de argumentos sobre su utilidad inherente.
Los filósofos eran escuchados con muchísimas más atención incluso que los políticos, lamentablemente hoy día pareciera que las voces más relevantes que opinan sobre la democracia son los demagogos en yunta con “youtubers” matraqueros de la 4T o de “whitemexicans-influencers” que relinchan la tonada del caballo blanco del General Coster.
Y esto evidentemente es una desgracia para la civilización que por más de dos milenios no ha logrado un avance significativo, ya no se diga en la continuación de una real evolución del sistema político, más allá de la democracia, sino al menos una leve evolución intelectual de los entes que desde hace ya siglos han estado a cargo de involucionar el significado de tal sistema social al más zafio concepto propagado hoy como democracia moderna; “el poder del pueblo”…
Sorprendente re-conocer que ya en los albores de la civilización la suspicacia sobre la democracia era asunto importante para dirimir en espacios públicos en presencia y participación de personas ilustradas, informadas, cultas y demás ciudadanos con conocimiento profundo de la política, la filosofía, las artes, las ciencias, pero sobre todo con un reconocimiento de las limitaciones de muchos para entender las reales condiciones de un sistema político y su interacción en un sistema social.
En su “Apología de Sócrates”, Platón anotaba que el viejo filósofo consideraba que la verdadera sabiduría consistía en el reconocimiento de las propias limitaciones, algunos lo entendieron como el famoso “solo se que no se nada”, sin embargo en “El político y las Leyes” Platón consideró que los gobernantes deben ser sabios, pero en algún momento el sentido de sabiduría para Platón cambió de una consciencia socrática propia necesaria para gobernar a otra especie de sabiduría una de erudición casi genialidad.
En todo lo anterior igualmente el pensamiento de personajes cuya capacidad intelectual era ejercitada sin reparo alguno elevó las argumentaciones a niveles ya conocidos de excelencia.
Lamentablemente esas experiencias intelectuales, como ha sido ya una condición de la humanidad, han desperdiciado en la real naturaleza del ser humano, su infinita sed de poder.
La construcción de una sistema político justo para la mayoría se ha convertido ya en un nudo gordiano, han existido durante estos 23 siglos tantos que han usado la demagogia para desvirtuar el sentido de la democracia usándole como herramienta de su propiedad, atribuyéndole virtudes así casi mágicas e insostenibles que la ignorancia de quienes han sido secuestrados por quienes les manipulan, con tanta ambición de poder, es casi irreparable.
La virtud esencial de la democracia es como lo advirtieron Sócrates y Platón ¡el conocimiento! y no solo de los gobernantes sino igualmente de los gobernados, un conocimiento mutuo, compartido, pues ellos detentaban efectivamente el poder de elegir a sus gobernantes de ahí la parábola tan repetida de Platón;
“Si estuvieras en medio del océano en un barco, ¿Qué harías? ¿Convocarías a una elección para ver cómo pilotear el barco o tratarías de averiguar si hay alguien a bordo experto en hacerlo?..
Y aquí surge la cuestión más interesante ¿Cómo reconocer realmente a la persona idónea si no hay alguien que tenga la más mínima o parcial idea del conocimiento requerido?..
Por ello la importancia y responsabilidad de conocer, aprender, informarse, cultivarse intelectualmente, utilizar las herramientas de nuestro razonamiento, la consciencia, la suspicacia, el escepticismo en aras de una elección, selección correcta de aquellos que gobernarán por deber y no por poder.
¿De qué sirve una democracia basada en un tumulto de individuos llamado pueblo que solo bailan al son que les marque un ritmo? Realmente resultan ser un rebaño que acude al silbido de un pastor y resguardo de un guardián canino.
Y así funciona la democracia en el mundo, pocos conocen los sótanos del poder “político” idealizados como esas sociedades secretas de calaveras y huesos que tanto han desbordado el imaginativo de las personas, pero que sin embargo son solo exageraciones para provocar desanimo a quienes terminan por aceptar un poder unívoco.
Por ello cuando al pueblo “bueno y sabio” se le convence fácilmente a fuerza de publicidad y mercadotecnia electoral con hermosas fábulas de individuos casi santificados en pureza y de moral intachable, no solo líderes incorruptibles sino seres suprahumanos, se activa un frenesí de ignorancia y fanatismo que nos ha empantanado en una democracia realmente dictada por un pueblo, pero un pueblo totalmente postrado e incapaz de entender a quienes eligen o porque eligen gobernantes.
Y para ejemplos muy reveladores de tal sistema tan nefasto recordemos las elecciones de un George W. Bush, de un Donald Trump, un Barak Obama, un Vicente Fox, un Felipe Calderón, un Enrique Peña Nieto hasta llegar a nuestra última elección que muchos recordarán se eligió entre muchas consideraciones por ser lo menos peor entre la selección que nuestra partidocracia nos pasó al costo como pueblo pendejo.
La solución evidente sería que el pueblo comprendiera primero que es ciudadanía y que ese concepto es más profundo y conlleva intrínseco un conocimiento indispensable por encima de un tumulto en un sitio o número de individuos en una zona, como simple ganado para arrear, pues como he escrito en no pocas ocaciones, ese es finalmente el valor que esta democracia nos da como pueblo, el de ganado de consumo para quienes gobiernan, nuestro poder se limita a la cantidad de individuos que entren al redil para ser marcados y consumidos. Ese es nuestro triste poder en esta democracia.
Algún día habrá mas ciudadanos y menos pueblo, ese día la ciudadanía elegirá no al popular, al galán, al dicharachero, al envalentonado, al argüendero, al borracho, al parlanchín, al Mesías, como si de jugar lotería se tratase, mucho menos al electoralmente mercantilizado, tampoco al consentido de la opinión pública sustentada por una recua de imbéciles nombrados intelectuales, la ciudadanía sabrá y elegirá con conocimiento a quien realmente cubra con las altas exigencias y deberes de un político consciente del deber, no la recua de demagogos que nacen y se crían en esas cuevas de corrupción llamados partidos políticos para después continuar parasitando al pueblo manteniéndolo, enfermo, idiotizado e ignorante.
“La democracia real no emana del poder del pueblo, emana de la consciencia de la ciudadanía.”
-Victor Roccas.