Por: Héctor Calderón Hallal
El presidente se mostró contrariado con la movilización del 9 de marzo; quedó demostrado que ni él, ni sus colaboradores, toleran la crítica y menos aún la resistencia a su proyecto.
El presidente López Obrador es, ante todo, un político empírico, que ha aprendido lo que son los problemas del país a lo largo de sus más de 40 años de su praxis política personal como opositor, como acertadamente lo reconoció en una de sus últimas conferencias mañaneras, al reprocharle a sus críticos, a través de los representantes de los medios de comunicación “que él venía de la calle, de la lucha política” y que quizá por ello, según interpretaron algunos analistas, era el dueño de la verdad absoluta.
Lo anterior a propósito del tema que envuelve a la opinión pública desde hace más de una semana, derivado de dos de muchos casos, que han despertado la indignación de la ciudadanía: los arteros asesinatos de Ingrid y de la menor Fátima, como íconos de la alarmante ola de feminicidios que se han dado en nuestro país en los últimos días.
Que quizá por ello -también se infiere- que los satanizados “conservadores” (a los que pretende de revolver con los “neoliberales” en un mismo masacote), no tienen derecho a poseer un porcentaje de verdad en sus luchas políticas o en la exigencia de efectividad o de estrategia siquiera, en el combate al feminicidio y a la inseguridad públca en general;… que porque “vienen del privilegio” (todos) y seguramente no tienen derecho a disentir de él y las acciones de su gobierno.
La política de por sí, es una actividad más vinculada a lo estético, a lo emocional; a contrario sensu del derecho y la economía, que tienen más compromiso con lo racional, con lo medible, con lo visible. El filósofo y psicólogo francés, Jacques Rancière, en su análisis de la estética y la política, destaca la necesidad de adecuar o modernizar la política a un lenguaje más asimilable a la realidad del mundo: más apegada al disenso, que la rigidez de las burocracias y la legalidad; pero más allá de esto, más obligada a despegarse de la “belleza obligatoria del discurso, del sofisma filosófico y de la igualdad enardecida y justiciera”.
Rancière sostiene en su trabajo que lo único universal en la política es la igualdad (interpretada como uniformidad), no obstante los vertiginosos cambios en el mundo de la última década del siglo 20 hasta nuestros días.
El mundo moderno apareció vertiginosamente transformado tras la caída del Muro de Berlín, que lo hacen necesariamente un sitio “menos uniforme” y con más disenso, con más minorías y peculiaridades poblacionales ; un mundo con muchas formas de interpretación y de pensamiento de la realidad.
Por lo que el “sensorium” más íntimo del Andrés Manuel individuo, desde su época de estudiante en sus 14 años que duró inscrito en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que lo hizo escoger y seguramente “amar” su forma de vida como político activista, sin duda ya ha sido rebasado desde aquellos años setenta del siglo pasado. El mundo ha dado muchas vueltas al sol; la sociedad ha cambiado.
Ese sensorium o suma de percepciones del ser humano llamado Andrés Manuel, hoy se ve contrariado porque en su más genuino afán de “hacer historia”, no acepta su parte de responsabilidad en el “boom” de incidencia delictiva en el país, específicamente en el rubro de delitos contra la integridad y la vida de la mujer mexicana: “la culpa es de los neoliberales; de los que nos antecedieron”, repitió en una conferencia matutina de la semana pasada.
El disenso, elemento neurálgico de la política moderna
Como disciplina de estudio, la ciencia política se desprende de la filosofía como ciencia madre, llevándose consigo el prinicipal ingrediente que transporta el ADN de la política como concepto, dentro del estado moderno: el disenso.
Es asombroso que un político como Andrés Manuel López Obrador, que se dice de izquierda al igual que sus colaboradores y que, pretensiosamente se autoproclamaron instauradores de un período histórico-social denominado “Cuarta Transformación” en la vida del país, no acepte la crítica ni el disenso, como formas de vida democrática.
Numerosos actos de gobierno dibujan ya, a escasos 15 meses de gestión, los rasgos de intolerancia o tiranía, que dibujan a este ya no tan nuevo gobierno. Actos provenientes del presidente y de sus principales colaboradores.
Los más recientes tienen que ver con la forma en que descalifica el titular del Ejecutivo una marcha genuina que un colectivo de mujeres de Veracruz, llamado “Brujas del Mar” tiene como iniciativa, realizando una especie de paro simbólico de toda actividad productiva de la mujer mexicana, a realizarse entre el 7 y el 9 de marzo próximos, cuyo costo estimado a la economía nacional, oscila en los 37 mil millones de pesos por día.
Al presidente no le gustó que se organice esta forma de manifestar la protesta de los y las mexicanas ante el creciente flagelo de las brutales agresiones a mujeres, porque supone “que la mano negra de la derecha, de sus opositores, está detrás”.
No concibe que alguien diferente a él y a su “izquierda”, tengan una causa política de activismo y la defiendan, manifestándose. Causa que por cierto, hoy es totalmente plausible y necesaria, como lo es la lucha por erradicar la violencia de género.
Sólo por citar un ejemplo de zalamería y de incongruencia: Irma Eréndira Sandoval, su secretaria de la Función Pública (SFP), descalifica casi inmediatamente como ya es su costumbre, a las mujeres que anunciaron este paro nacional, diciendo que “es un buen pretexto para no lavar los trastes”.
Y aunque luego rectificó, su declaración la proyecta como intolerante, de visión estrecha y sobre todo, como apática a las luchas reivindicatorias de las mujeres. Esto es, estamos entonces frente a una reaccionaria en el Gobierno, con piel de izquierdista.
El paro nacional tiene el objeto de que los varones y la sociedad en conjunto, valoremos la importancia del sector femenil en la vida nacional.
La imposibilidad de pensar diferente, de ser diferente, de sentir quizá diferente, es un rasgo de intolerancia que nos conduce indefectiblemente a una tiranía; a lo que se llama una verdadera sociedad distópica: un lugar ficticio, indeseable por sí solo.
Intolerancia que nos conduce a la uniformidad del entramado social y a esa clara demarcación entre lo que “se puede decir y lo que no”… entre lo que “puede el ciudadano imaginar… y lo inimaginable”. Un verdadero infierno como el que dibujó Orwell en 1984, aunque aquí el Gran Hermano televigilante, es la propia censura y hasta el escarnio o bullying del propio presidente contra sus detractores.
No obstante las barreras que provengan de la estructura oficial, no olvidaremos ni a Ingrid ni a Fatima. Es lo menos que podemos hacer. Honrar su memoria con actos de resistencia civil y dignidad, frente a la ya muy clara intolerancia a la crítica y al disenso, de parte del Gobierno de la República.
El recuerdo de ambas taladra los corazones y las conciencias de todos los mexicanos.
La plenitud de Ingrid y la inocencia de Fátima, grabaron en el alma de México de forma indeleble, una atroz injusticia que le robó la paz y la tranquilidad al país en las últimas horas.
Seguiremos con dolor y con amor también, el recuerdo de dos mexicanas, de dos seres humanos que perecieron por nuestra indolencia, por nuestra incapacidad y por nuestra mal entendida visión misógina de la interrelación humana.
Que los gemidos de nuestro sincero llanto como pueblo, en las tristes tardes de sus sepelios, les lleve hasta donde se encuentren esas dos almas… esos centenares de mujeres sacrificadas ya, un mínimo acto de contrición, en medio de la furia y la tempestad social en que nos dejan.
Y lo haremos en nombre de los que no pueden… o no saben reconocer sus fallas y omisiones. A nombre de los que no quieren, o no pueden corregir la impunidad de este delito.
Para finalizar la entrega, de la genial escritora mexicana Martha Lamas, podemos extraer una frase demoledora, misma que forma parte de su nueva obra sobre el Acoso: “No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Hoy esa idea, que moviliza a millones de mujeres, es ¡basta de acoso!”.
A lo que agregamos: ¡Y basta tambien de violencia contra la mujer!…¡Y de ineficiencia y de insensibilidad gubernamental para con este problema!.
¡Ya basta!… ni una más.
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