En nuestro México la esperanza ha sido el resguardo, el aliciente pero igualmente la tortura, el cilicio con el que los mexicanos nos autoflagelamos.
La tolerancia que ha provocado tan mal sana costumbre de la esperanza, conocida virtud cristiana, se ve ya reflejada en nuestra sociedad, seguimos los mexicanos esperanzados a que un ente residente en nuestras profundas ilusiones, a lo largo de generaciones, se apiade de nosotros y con dedo flamígero fulmine a quienes nos tienen arrodillados al borde del abismo.
Y no entendemos, o peor aún no queremos entender, que nuestros demonios y nuestros pesares son generados por nuestros pares, nos limitamos a observar, atestiguar y complacientemente dejar que nuestros verdugos evalúen beneficios de sus procederes en nuestra contra. Semejante actitud sólo es posible mediante una costumbre masoquista sin parangón, la esperanza…
Y dicen algunos ¡la esperanza nunca muere! mientras que otros, los más ladinos, los victimarios, hacen y deshacen a sus anchas al amparo de la obnubilación que tal fe causa a manera de ceguera virtual en las víctimas.
Y otros declaran ¡en esta vida o en otra pagarán el mal que han provocado!, por que la esperanza también funciona como ungüento ante la irritación, la triste realidad es la intrascendencia de tal rendición de cuentas o juicio atemporal, nuestros verdugos han sido y seguirán siendo exitosos en el comercio esperanzador de nuestra indolencia e ignorancia.
Así Friedrich Nietzsche describe; “La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”.
Por su parte Arthur Schopenhauer describe; “Quien ha perdido la esperanza ha perdido también el miedo: tal significa la palabra desesperado”.
Y Benjamin Franklin describe; “El que vive de esperanzas, corre el riego de morirse de hambre”
¿Qué más inútil que la esperanza en procesos legales, jurídicos y políticos en un estado corrupto y corrompido, juez y parte de la podredumbre, autor del contubernio y los laberintos de la impunidad?
¿Qué más inocente que la esperanza de un cambio social emanado de quienes han sido cancerberos, gerifaltes y beneficiarios de la oligarquía por más de 87 años?
¿Qué puede haber más enfermizo que la esperanza de que un proceso electoral, como las votaciones en México, tengan un resultado favorable para el bienestar común?..
¿Qué más lastimero que la esperanza de cobrar justicia social ante la corrupción institucional y empresarial sólo removiendo al títere que gobierna un estado dejando a los titiriteros seguir al frente del show?
¿Qué más estéril que la esperanza depositada en intelectos avezados desmenuzando nuestras lacerantes existencias a modo de confirmación de lo evidente?
¿Qué puede ser más estúpido que la esperanza impuesta en supuestos líderes de opinión como adalides de honradez y honestidad?
¿Qué puede ser más brutal que la esperanza de un futuro de mayor bienestar social para nuestros hijos cuando nosotros mismos permanecemos impávidos ante la destrucción del tejido social?
¿Qué puede ser más procaz que aceptar palabras de esperanza, promesas de quienes explotan, esclavizan, corrompen, violentan, roban, destruyen, engañan y se coluden para mantenerse ellos y su descendencia como nuestros dueños?
¿Qué más inocente que la esperanza de un México moderno que cambie décadas de rezago sistémico planificado justamente para mantener ese concepto de modernidad que los ricos y poderosos disfrutan al amparo de los jodidos?
¿Qué es más inquietante que la esperanza de miles de familias buscando a su desaparecidos ante la retórica de gobiernos auto exculpados de cualquier responsabilidad?
¿Qué más patético que la esperanza de muchos por llegar a pertenecer a esa elite de oro que nos abofetea diariamente con su grosera riqueza y desprecio?
Y la esperanza no es mala en si, pero usarla como herramienta de acción ante todo mal francamente me parece un suicidio letárgico.
Entre tanto la esperanza siga campeando a sus anchas, arraigada en la mente de millones de personas en conceptos como dogmas, doctrinas, democracia, libertad, bienestar, igualdad, equidad, moral, amor, etc. continuará siendo el látigo con el cual nos martirizamos y paralizamos.
La esperanza, entiendo, debería ser íntima, individual, dirigida a nuestro propio ser y motivador de nuestras metas, pero nunca ilusión que disfrace la realidad.
La esperanza institucionalizada y mediatizada nos ha convertido en individuos pasivos, acríticos, sumisos, prescindibles, silenciosos, temerosos, moldeables al gusto y conveniencia de una casta dorada que publicita convenientemente la esperanza como clave salvífica.
Entre tanto millones de mexicanos tienen la esperanza de un mundo mejor para sus hijos…
-Victor Roccas