Joel Hernández Santiago
“¡Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre!” fue la frase que asestó la sultana Aixa a su hijo, el rey Boabdil, al salir del reino de Granada y entregar las llaves de la Alhambra a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492.
El fracaso moro fue inminente. Muchos errores políticos y militares se le atribuyen al último rey islámico en la región ibérica: Un reinado nazarí que duró más de ocho siglos hasta ese 1492 cuando finalmente dejaron esta región europea. Aún no se consolidaba España, aunque esto contribuyó a la posterior expansión católica y al predominio y creación del imperio español.
Pero lo que esencialmente está ahí, en esa frase terrible, es el reproche indignado de Aixa a su hijo, por pusilánime, por débil, por falto de inteligencia y arrojo, porque no supo utilizar ni estrategias ni su poder para defender el último bastión: el reino de Granada. Y no supo defender ni su reino, ni su corona y su reinado. Y es el símbolo del fracaso y del perdedor inútil.
Y esto viene al caso porque por estos días vemos cómo la oposición política en México llora y se lamenta, y se afana en demostrar fuerza y fortaleza frente a una mayoría morenista y de sus aliados que se escudan en una mayoría votante el 2 de junio de 2024 para imponer las reglas de lo que será el país según el criterio del presidente de México. Ignoran a esa oposición llorona y débil.
La oposición no supo y no sabe ser oposición en democracia. No supo defender su fuerza. No tiene vergüenza ni dignidad. No supieron defender como hombres y mujeres lo que hoy lloran y lamentan. Entregaron al país a una fuerza política que proviene de Palacio Nacional y que ejerce su dominio imperial sobre vidas e instituciones nacionales.
La oposición política en México: PRI-PAN-PRD entregaron el país a un Morena que contiene tribus y que se asume con todo el poder y la fuerza para mandar y hacer obedecer sus designios, por encima de leyes y de mandatos y de Constitución.
La oposición estaba anulada desde el momento en que no supo integrarse en una fuerza única y definitiva, no una fuerza vigorosa que defendiera y encausara del destino del país hacia uno de leyes, de derecho y derechos.
Sus dirigentes, los tres ellos, vivían ensimismados, peleando para sí mismos, no para su partido ni para el país; vivían medrando para conseguir posiciones políticas de alto rango, aunque ese alto rango hoy mismo les sea tan inútil como una nuez vana.
Durante la campaña estaban cada uno en su lucha interna y luchando, esos dirigentes, por sus privilegios y por su triunfo individual, no de partido o alianza y mucho menos por el país.
Surgió de pronto una candidata inesperada, y se sintieron fortalecidos por la personalidad de ella: pero la dejaron sola en su lucha, la abandonaron a su suerte; ellos en su ambición política personal dejaron de luchar y de batallar.
Entregaron el poder político más importante de México a la candidata única de Palacio Nacional. Y lo sabían, aunque intentaran lo contrario; entregaron todo a un partido que está en el poder y cuyo presidente usó todo ese poder para conseguir una victoria electoral sorprendente e incierta en democracia.
Dejaron que el Ejecutivo usara todas las argucias y su fuerza presidencial para anular a esa oposición y para obtener un triunfo millonario en votos inciertos, que se basó en la mentira diaria, en la diatriba, en la venganza, el engaño, el rencor, la traición y en el uso de las instituciones transformadas en su espejo de discordias.
Transformó a las instituciones electorales, antes confiables, en adefesios vergonzosos. Instituciones hoy traicionadas y que traicionan.
Y ahí están los resultados. Ahí está la aprobación de la mayoría calificada, la de las Reformas constitucionales que prolongarán la vida de este sexenio en el próximo, si así lo permite quien será la primera presidente de México.
Hoy la oposición llora, se rasga las vestiduras y dice defender a México del gran poder Ejecutivo que ya anuló al poder Legislativo y muy probablemente al Judicial.
Todo ese poder se le entrega a una presidenta que fue elegida desde Palacio Nacional y que, por lo mismo, asumió un rol sumiso en estas batallas en el desierto (perdón José Emilio);
Porque a la manera de los súbditos de la corona española en Nueva España, según dijera el virrey Marques de Croix parece que ella ‘está para obedecer y callar’. Ojalá no. Ojalá que su gobierno presidencial sea uno ajeno al desastre nacional de hoy y el país se recupere en seguridad y en el todo cumplido para todos: sí, todos.
La oposición tiene dos caminos: o desaparece en su actual advocación o surge una nueva oposición única, fuerte, vigorosa, cierta, confiable, con doctrina, ideología y un proyecto de Nación en el que quepan los mexicanos que ven a México hacia la democracia:
Una democracia cierta. Absoluta. Irreductible y no falsa, como la de hoy mismo, a la que utilizan sólo en el membrete. A la que manosean. Una democracia, hoy, sin democracia.