Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
A Claudia Sheinbaum
En los géneros de Aventura y Acción, Épico y Erótico, Fantasía y Ficción Científica, además de Musical y Romance, la película La Forma del Agua, dirigida por el mexicano Guillermo del Toro, abarca muchos géneros y lo hace muy bien en todos, con una destacada atmósfera visual creada por el director de arte Nigel Churcher y la música de Alexandre Desplat.
Ambientada en plena guerra fría y en el marco de la carrera espacial, la película es un canto de amor a los discapacitados, a los marginados por su color, su orientación sexual o su edad, a las personas de otras nacionalidades y en resumen de una sola palabra, a los que una sociedad conservadora podría considerar: diferentes.
Nada mal para un director mexicano en la era de Donald Trump, que en un momento cumbre de la película hace decir a su personaje: “Si no hacemos nada, tampoco somos nada”.
En la que ya fue considerada como la mejor película del año por el Sindicato de Productores de Estados Unidos, del Toro cuenta un cuento de hadas para adultos, una fábula para quien quiera llevarse una moraleja y hace un gran homenaje al cine y a la televisión de la mitad del Siglo XX: espectáculos visuales que nos permitían viajar por el tiempo y el espacio sin límite alguno, ni de caballos que hablaban, ni de tritones humanizados.
Es una película sobre el silencio y no es sólo el de la protagonista: el silencio de los pobres, de las minorías raciales y sexuales, antes de las revoluciones sociales que estaban a punto de llegar.
La Forma del Agua, y con ello no le vendemos de ninguna manera la trama de la película, hace referencia a algo que no vemos, pero sabemos que existe, que nos envuelve y nos abraza para bien o para mal. En este caso es para bien y es el amor.
Desafortunadamente hay otras cosas que también se amoldan y este es el caso de la injusticia en la Ciudad de México. En la administración de Miguel Ángel Mancera no importa que se resuelvan los delitos, sino que encuentren la forma de una persona, de cualquier persona y sirvan para satisfacer a las estadísticas.
Roban un contrato de un juzgado civil, presentan una copia fotostática de un original alterado, amenazan a dos testigos con no rentarles más los negocios que han tratado de acreditar durante décadas para que declaren como quiere la parte acusadora y proceder a un despojo.
La parte acusadora presenta un testamento con el que pierde una demanda y después, mágicamente aparece otro, que contiene otras disposiciones, con los que fabrica un procedimiento.
Está mal, pero está peor que haya juzgadores que se traguen el cuento.
Afortunadamente hay otras instancias que las locales y este es el caso, mi caso, pues el juzgado 15 de amparo, una instancia federal, ha decidido la suspensión definitiva de un proceso viciado.
Pero esto no quita la lucha entre la ética y lo práctico. La terrible angustia que provoca que lo que debe ser, sustituya a lo que es. Es mucho más costoso, en términos espirituales y económicos, demostrar la inocencia en un delito no grave, que allanarse a la injusticia.