CUENTO
Todas las mañanas, a las seis en punto, la sirena de aquel lugar comienza a sonar, anunciando así la hora para que todas las reclusas salgan de sus celdas. Todo es ruido y caos, durante más de media hora.
Después, cuando ya todas se encuentran en el gran comedor, donde otra vez han de comer las porquerías que la cárcel les da, a manera de desayuno, las guardianas cuidan -desde sus respectivos lugares- de que todo marche bien durante el tiempo que dura el desayuno.
De entre de todas las reclusas que aquí habitan ahora -las cuales son más de cuatrocientas-, sólo una es la que siempre come en total silencio. Ésta, a diferencia de todas las demás, nunca se ha quejado de si la comida está buena o podrida. Ella, sin compañía alguna, siempre come todo lo que le dan.
Para este entonces, la mujer ya lleva más de seis años encerrada en esta cárcel. Y en lo absoluto está desesperada por salir, sino que, todo lo contrario. Sabiendo que afuera todo murió hace mucho tiempo para ella, la reclusa -con mirada impasible- ve los días venir e irse.
Su nombre es Regen; pero en esta cárcel todas la conocen como: “LA FREIDORA”. Regen, a pesar de no ser sociable, en lo absoluto es molestada por nadie, sino que, todo lo contario; todas la respetan mucho.
Y es que, en este lugar, no hay nadie que no conozca su historia, motivo por el cual es admirada por todas, casi con solemnidad. “La Freidora”.
Regen, todavía tiene las cicatrices de aquel episodio tan doloroso de su vida pasada. Y, mientras viva, ella siempre las ha de llevar. Sus manos, sus brazos; así como también gran parte de su rostro, llevan grabados sobre su piel el recuerdo de todo lo acontecido.
Todo sucedió una noche, en la que ella freía panuchos en el puesto de su esposo, quien ya llevaba más de tres años agrediéndola: de manera física, verbal y psicológica…
Regen, había estudiado una licenciatura en derecho penal, pero; al casarse con el hombre de su vida, renunció a trabajar en esa profesión, para luego pasar a ayudarlo en su puesto de panuchos, ya que, según ella, decía amarlo demasiado y; por lo tanto, siendo ahora su esposa, según sus pensamientos, su deber era apoyarlo.
Pero el tiempo pasó y; la existencia que ella creyó que sería hermosa junto a su esposo, comenzó a tornarse en una pesadilla. Por lo tanto, después de vivir así con él más de dos años, Regen; cansada de esa vida tan miserable y dolorosa, viendo ahora todas sus esperanzas perdidas de ser feliz, una noche, en la que había sido una de muchas ventas; luego de padecer otras humillaciones por parte de su esposo, frente a una pareja- que se encontraba en una de las mesas comiendo- ella, que ahora freía otros seis panuchos; mientras los veía arder en el aceite, llegó a una conclusión…
Media hora después, cuando la pareja al fin se retiró, su esposo, sin tiempo que perder, haciendo gala de toda su maldad, caminó hasta donde ella se encontraba parada y -con voz colérica- le gritó: “¡NO SIRVES PARA NADA! ¡NI SIQUIERA SABES FREÍR BIEN UNOS PANUCHOS!”
“¡Mira éste!”, dijo, levantando uno de los panuchos con un tenedor. “¡LO HAS QUEMADO!” ¡TE DIGO! ¡TÚ NO SIRVES PARA NADA!” “NI SIQUIERA…”
El hombre, que otra vez había comenzado a repetir la misma frase: “NI SIQUIERA SABES FREÍR BIEN UNOS PANUCHOS”, no pudo terminarla, ya que Regen, su esposa; harta, cansada y enferma de sus malos tratos, haciendo acopio de todas sus fuerzas, había empujado su rostro sobre la sartén con el aceite hirviendo…
“¡CON QUE NO SÉ FREÍR BIEN UNOS PANUCHOS…!”, exclamó Regen, minutos después, mientras sudaba y jadeaba de a montones frente a los fogones.
“¡PUES AL MENOS SÍ QUE HE SABIDO FREÍR MUY BIEN TU ROSTRO, MALDITO MALNACIDO!”, añadió, pateando con total desprecio el rostro de su marido, que ahora yacía en el piso de aquel puesto de panuchos…
FIN
ANTHONY FLEMING SMART
Agosto/11/2025
2:35 p.m. 3:38 p.m. Lunes