Claudia Rodríguez
Apenas unos días después del pasado sismo del 19 de septiembre, a muchos nos corría por las venas una especie de euforia que se reflejaba en nuestras conversaciones en positivo, de cómo propios y extraños, se empeñaban en ayudar de alguna forma a todos quienes se vieron afectados directamente por el movimiento telúrico.
Se dijo incluso que los jóvenes, sin distinción de clases, se habían unido en uno sólo; e incluso se resaltó como muchos de ellos se habían desplazado desde otras regiones del país hacia las zonas siniestradas.
Desde dentro de esa movilización social, se regó como pólvora la exigencia de que los partidos políticos regresaran todo el dinero público con el que financian sus actividades y campañas y se destinara de una buena vez, a las necesidades del pueblo de México; sobre todo ahora tan necesario el recurso para la reconstrucción de las zonas afectadas por el sismo.
Existió sí, un clímax ciudadano, que fue tan feroz y contundente, que sin duda, asustó a la clase política.
La movilización ciudadana fue por ayuda a nuestros pares, pero en ese mismo impulso, se observó un resquicio para el activismo político que fue hábilmente utilizado.
No hay duda que la estructura de Gobierno se sintió amenazada con la parte más activa de la sociedad civil en las calles. Tanto reprimir las expresiones callejeras, y con un golpe de la naturaleza de manera inevitable tenía a miles –y quizá a millones–, activos dentro y fuera de sus casas. Incluso la presencia y el reclamo implacable en redes sociales y medios de comunicación que replicaban un ¡ya basta! a la desatención del Estado a las necesidades imperativas del pueblo, por supuesto, incluso antes del sismo.
El activismo juvenil se permitió porque las aulas de las escuelas habían parado, pero aun cuando no hubiera sido así, la juventud hubiera tomado las calles y la organización primera de víveres, medicamentos y más, necesarios para atender la emergencia.
Queda claro, que el Gobierno de Peña Nieto urgió entonces el regreso a clases a menos de una semana del sismo. No querían a nadie en las calles y temían más que a la movilización, a la organización en las calles y el reclamo instituido.
El desastre y cobro de vidas de jóvenes y niños en el tan llevado y traído colegio Enrique Rébsamen y el Tecnológico de Monterrey campus Ciudad de México, freno la intención.
Pero después de todo, lograron regresarnos a la normalidad. Sí esa regularidad costumbrista en donde todo está mal. En la que el sistema de partidos políticos es la única fórmula democrática, en donde la libertad de expresión se pierde muchas veces en los vericuetos de las redes sociales, en donde vale más una elección que la necesidad del pueblo, y más y más.
Sí podemos mandar al Gobierno, lo demostramos. No perdamos la organización ciudadana.
Acta Divina… “La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) está de pie y en condiciones de regresar a cumplir con su misión, por lo que a partir de hoy –25 de septiembre– todas las escuelas y facultades reiniciarán actividades”: informó el rector Erique Graue Wiechers.
Para advertir… Y resistieron los universitarios, un poco sí.
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