José Luis Parra
En México ya no hacen falta series de narcos. El guion lo escribe la realidad. Y si el protagonista es un chino de alias “Brother Wang”, con túneles, criptomonedas, Santa Fe como locación y un viaje de ida y vuelta a Cuba, la trama tiene, como mínimo, nominación al Emmy.
Zhi Dong Zhang no solo huyó por un sótano: escapó también por las grietas de un sistema donde todos los aparatos de seguridad juran no haberlo soltado… aunque todos lo tenían en la mano.
En la Sedena afirman que fue un resbalón del Centro Nacional de Inteligencia, disfrazado de descuido de la Guardia Nacional. Desde Seguridad acusan que Zhang despegó desde un aeropuerto controlado por los verdes olivo. Y los más filosos en la Sedena aseguran que si el chino se fugó por el sótano de una casa en Santa Fe fue por un desliz de coordinación entre García Harfuch y la Fiscalía. Como si entre las bardas de ese inmueble viviera la verdad absoluta.
Zhang, no se olvide, no es cualquier narquito. Para Washington, es pieza clave en la arquitectura del fentanilo. No el albañil, no el peón: el ingeniero. Coordinaba precursores químicos de Asia, cárteles mexicanos y puntos de entrega en EE.UU., todo envuelto en sofisticadas redes de lavado con criptomonedas. Si el personaje parecía demasiado bueno para estar libre… ¿por qué estaba en prisión domiciliaria? ¿Qué le prometieron a cambio de sus historias? ¿Cantó para el régimen o para el show de algún fiscal con delirio de Netflix?
La pregunta es doble filo: ¿qué sabía Zhang que México necesitaba? ¿Historias del narco cruzando la frontera o del narco cruzando oficinas en territorio nacional?
Y mientras todos se lavan las manos, Harfuch no dudó: apenas Zhang volvió de Cuba, lo empacó en un avión con destino al norte. Sin carpetas abiertas en México, el expediente se cerró sin juicio, pero con sentencia: que allá lo resuelvan.
Curioso. A veces un delincuente debe tocar tierra gringa para que el gobierno mexicano actúe como si le doliera el patriotismo.
La novela del chino explotó justo cuando el nombre de García Harfuch reapareció, pero no en un documento judicial: en una mira telescópica. Según versiones publicadas, el secretario de Seguridad sufrió un intento de atentado con francotirador. Silencioso, elegante. Como si alguien quisiera que el siguiente error fuera definitivo.
¿Quién quiere fuera a Harfuch? ¿La delincuencia organizada? ¿O alguna estructura que vio en Zhang un rehén de conveniencia y no un fugitivo con tobillera floja?
Los soldados culpan al policía. El policía se lava las manos con el CNI. El CNI no habla. La Guardia Nacional es el nuevo chivo. Y Zhang, entre tanto reparto de culpas, ya está allá, con los gringos, que no preguntan si lo soltaron o se les escapó: solo preguntan a quién le toca cantar.
Porque aquí, como siempre, la historia se resume así:
—¿Quién lo dejó ir?
—Nadie.
—Entonces, ¿quién lo dejó hablar?





