EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Y el cuervo, nunca emprendió el vuelo, E.A. Poe
Ciudad de México, sábado 5 de octubre, 2019.– La nota que apareció en El País (20.9.19) en donde nos dicen que “la mitad de las aves más comunes en Europa y América del Norte han desaparecido”, me resultó tristísima, sobre todo, después de haber leído a Jennifer Ackerman en The Genius of Birds (Penguin Books, 2016), donde podemos llegar a conocer mejor a los pájaros convencidos de que son, en verdad, geniales porque tienen la capacidad de crear e inventar cosas nuevas y admirables, tal como nos va contando la autora los avances en las investigaciones relacionadas con la inteligencia de los pájaros en general y de los cuervos en particular, que nos puede dejar con la boca abierta.
No importa si Poe convirtió al cuervo en el Heraldo de la muerte, tal como lo sugiere en su poema El Cuervo:
Y el cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas
en el dintel de la puerta de mi cuarto,
y sus ojos tienen la apariencia
de un demonio que está soñando.
Lo que pasa es que su plumaje es negro y lo asociamos con la negritud de la otra vida, pero, la verdad, es que conocíamos poco a estos y al resto de los pájaros porque no somos expertos y vivimos en una urbe tal que los vemos poco.
He visto cómo caminan los cuervos por el jardín de Las Camelinas en Bahía Banderas: lo hacen como si estuvieran en una pasarela, seguros de sí mismos, con unos ojos que efectivamente parecen ser de un demonio soñando pero, con un carisma como no he visto en otras aves, excepto en los Pavos reales, como los que había en Las Mañanitas de Cuernavaca que veíamos durante el aperitivo.
Ahora se sabe más de los cuervos y de otras especies porque hay investigadores por todo el mundo que los estudian, desde su sociabilidad, así como su costumbre de bañarse en grupo –como los socios del Country en el vapor para alivianar la cruda o por placer.
Los cuervos hacen nidos en grupos y buscan comida en parvadas; saben escuchar; discuten, platican, engañan y manipulan a sus semejantes; se divorcian y despliegan un notable sentido de justicia. Dan regalos, como a la niña que les ponía comida en una bandeja antes de irse al colegio hasta que, un día, regresando de clases, le dejaron una corcholata, un tapón de corcho y otros chunches en agradecimiento.
Ellos juegan a las escondidas y parece que al “uno-dos-tres-por-mi”; le roban la comida a sus vecinos y les avisan a los pequeños que se alejen de los extraños y utilizan herramientas para comer. Increíble.
Son amorosos y besan a su pareja para consolarla; se encargan de la educación de los pequeños y, cuando es necesario, les dan el pésame a quien corresponda.
Jennifer Ackerman explica los diferentes tipos de inteligencia que tienen los pájaros: los hay con una memoria excepcional que ocultan su comida como la van pergeñando en el día, para recuperarla después sabiendo justo dónde la habían dejado.
O los migrantes que vuelan miles de kilómetros de manera eficiente y recuerdan rutas y lugares de origen. Otros, que vuelan en parvadas de miles y juegan haciendo piruetas en el aire como los he visto por los graneros de la República. Son los “Tordos capitanes” que cambian de dirección en milésimas de segundo sin tropezarse.
Ackerman nos cuenta todo lo que han estudiado los neurólogos y los ornitólogos y por eso, ahora los conocemos muy bien: su estructura, conducta, habilidades, hábitos y costumbres francamente sorprendentes.
Después de esta lectura respetamos más a los pájaros, cada uno con sus propias características y, por eso, duele saber que “algunas especies acusan un descenso significativo” ahora que nos damos cuenta que estas aves geniales cohabitan con nosotros en el mismo y complejo mundo donde vivimos.
Cuando la alondra canta, el Sol se viste de gala y hace su recorrido diario por todo el cielo.