RELATO
Palmer es un nini mexicano que para poder subsistir junta botellas de plástico que luego lleva a vender. Su vida no es nada fácil. Un trauma mental lo acosa ¡todo el tiempo!
El recuerdo de una escena horrible lo persigue, a donde sea que vaya. Sucumbiendo ante el temor, toda su persona se paraliza. Maldiciendo entre dientes, Palmer hace cuanto puede por mantenerse fuerte.
Su espera, a veces, llega a durar mucho tiempo. Otras más, por el contrario, su acceso de miedo-dolor dura poco tiempo. Dependiendo de cómo se sienta en el que día que transcurre es que le va. Si amanece sintiéndose mal, mal le va, pero si amanece sintiéndose bien, igual; a Palmer le va de maravilla.
Este joven no tiene a nadie en el mundo. Su padre -que aún vive- para él ya está muerto. Además de odiarlo, cuando él llega borracho, al verlo, Palmer solamente siente deseos de matarlo. Pero el viejo sabe que su hijo es muy cobarde para hacerlo. Poco o nada le importa que aquel lo odie.
“¡Maldito!”, grita el joven, cada vez que le da un ataque epiléptico. Con su cuerpo retorciéndose por las sacudidas, no le queda más remedio que esperar a que todo eso pase. ¡Qué vida la suya! Tener que aguantar tanto dolor y tanta soledad.
Sin faltar ni un día, Palmer siempre lucha contra el sin sentido de su vida. El trauma en su mente es más fuerte que cualquier otra cosa. La escena lo persigue, ¡día y noche! Cuando duerme, a mitad de la noche, siempre termina despertándose. Sudando demasiado, y con el corazón latiéndole muy rápido, enseguida nota que de nueva cuenta ha vuelto a soñar todo aquello. “Madre”, susurra el joven, en medio de la oscuridad.
Días vienen, días se van. Las semanas pasan, y también los meses. Palmer el próximo mes cumplirá veinticinco años. Y nadie más sino él lo sabe, que su único deseo de cumpleaños es morir, para así poder volver a estar junto a su madre, aquella mujer a la que él no pudo defender ni un poquito aquel día.
El ahora joven solamente tenía unos cuatro años de edad, cuando sus ojos, a través de las rendijas de su cuna, presenciaron la más horrible de las escenas. Palmer lloraba, como cualquier niño de su edad lo haría. El llanto de su madre pidiendo “por favor, ya no me golpees”, junto con los gritos e insultos de su alcohólico padre terminarían grabando sobre su alma -para siempre- la huella indeleble del dolor.
FIN.
Anthony Smart
Septiembre/04/2019