homopolíticus
pavesoberanes
- Gigante de la Historia, LO
Uno de los Martí tira a la basura sólo una placa con el nombre de Díaz Ordaz, no su autoritarismo. En un acto de política suave trata de borrar la más reciente cita citlable del sup Marcos: [Andrés Manuel, se deduce bien] tuvo «el autoritarismo de Díaz Ordaz».
Lejos de borrar nombre y estilo de gobernar, invoca el espíritu destructor pero indestructible del diazordacismo vigente, comparada su forma de gobernar con el líder de Plaza de la Constitución sin número.
En su texto El Capitán, desde las Montañas del Sureste mexicano, como ha firmado todos estos años, propone [las comillas son mías]: «Tuvo el autoritarismo de Gustavo Díaz Ordaz […] ¿Quién es? […] Lo del autoelogio y lo chillón, sí es parte del “estilo personal de gobernar”». Si a cuidar la investidura presidencial vamos, nadie en Chalco, o en cualquier lugar de la geografía nacional, le va a decir tanto con tan poco, tan cáustico, tan acertado. Como la pintura de James Fergusos para Financial Times, sin utilizar palabra alguna.
[En Sólo periodismo de Leñero, de 340 páginas, narra éste: «Se rasca el pasamontañas, abajo, a la altura del maxilar, en lo que parece un tic o una insistente comezón. —¿Le pica la barba, Marcos? “No tengo barba. Soy lampiño”. Mientes, desde luego. A la distancia de un metro, de ladito, se puede ver a veces asoman delatores, por el hoyo bocal del pasamontañas, los pelos de una barba que tropieza en el labio inferior. Es una barba gris, pero parece tupida y sólida. También del óvalo abierto de la cara, por el borde superior donde remata el tejido, asoma un mechoncito de cabello negro, no castaño, que escapa hacia la sien. “No le ayuden a la PGR”».]
Ni el autoritario Díaz Ordaz habría aceptado que le dijeran autoritario —«Sal al balcón, pinche hocicón», le gritaban estudiantes en Palacio Nacional—. «Está en su derecho como todos nuestros adversarios, que no son nuestros enemigos», respondió con increíble suavidad LO. «No voy a polemizar, es que cada quien tiene que asumir su responsabilidad y hacerse cargo de sus palabras, de sus dichos. Él debe ser Zapata. Pero no me voy a meter a la polémica». El sup Marcos debió regodearse, como cuando fue buscado por el candidato a gobernador de Tabasco por el Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas, tras salir ambos del PRI, hace 28 años.
Cuidar la investidura presidencial, dijo cuidando de no ir a Chalco, como no fue a Acapulco. Qué es la investidura presidencial, y más aún, qué representa, es la disyuntiva. Si fuera pregunta de respuesta rápida, por el tema Chalco, sería temor a ser cuestionado —«Los priístas que robaban más que ustedes sí solucionaban», le dijo a Delfina Gómez un jovencito vecino con valor civil. Si el presidente tenía pensado asistir, el maltrato al pararrayo enviado con nombre de mujer lo hizo dar la vuelta en U. Ni un ciego podría negar la realidad en ese trozo de la patria, antes priísta, hoy morenista. Más de lo mismo.
Si la aprobación presidencial anda entre 60 y 70 por ciento y ganaron casi todo, lo que no ganaron lo arrebataron, para qué preocuparse por el lado del bicolor que se va a utilizar para reclamar ayuda, para reclamar insensibilidad. Al diablo con las instituciones, pero no la investidura.
El acto y la consecuencia de investir se denomina investidura. El verbo investir refiere como conferir un cargo o una dignidad de importancia, pero en México históricamente investir queda en imponer la Banda Presidencial, juramentar la Carta Magna y hacerle honores de Estado [el designar al sucesor denominaban «El acto más patriota del presidente»].
Lo que ocurre en el país no es responsabilidad de la investidura, sino del presidente. La investidura está bien planchada y sus colores están vivos, como su escudo bordado a mano con hilos de oro, como la mantuvieron celosamente bajo llave todos los presidentes y ahora la tienen en su casa detrás de un vidrio antirreflejante, como diploma de escuela que se derrumbó en sus tiempos.
letraschiquitas
El aún gerente de la Marca MORENA, Mario Delgado, bajó del cielo para hacer la anunciación esperada: el presidente Andrés Manuel López Obrador fue elevado por él como «Gigante de la historia». ¡Paren máquinas, quemen los libros de texto, remienden la Constitución! Se ha ganado Delgado —y LO— un pie de página en la historia patria, comparado su líder con cualquiera de los personajes de Historia mundial de la megalomanía de Pedro Arturo Aguirre, los que hasta estampitas para correspondencia epistolar mandaban imprimir a todo color con sus rostros y frases para ser idolatrados por su pueblo. Si fue exabrupto del inminente y eminente ministro de la Educación pública mexicana, pasa.
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