Aquella calurosa tarde hablaba por su celular personal muy quitado de la pena: “¡Hermano!”, bien pudo haber dicho al teléfono.
Nadie diría que estaba rodeado de militares armados hasta los dientes, que se trataba de un peligroso narcotraficante y del momento de su aprehensión. Por su rostro no cruzaba señal alguna de alerta ni temor; de las escenas ampliamente televisadas no se aprecia la tirantez que cualquiera supondría en un evento de esta naturaleza. Hasta pareciera que momentos antes hubiesen intercambiado tarjetas de presentación.
No pretendo ser experto en seguridad, pero el sentido común me dice que en tratándose de la aprehensión de un narcotraficante de alta peligrosidad, lo primero sería apresarlo vivo y sin bajas de los efectivos en campo, lo segundo asegurarlo, retirándole armas y medios de comunicación a su alcance; de alguna forma inmovilizarlo e incomunicarlo, y, lo tercero, extraerlo lo antes posible de su territorio de influencia bajo estrictas medidas de seguridad, para finalmente, resguardarlo para su entrega a las autoridades de la procuración de justicia. Para todo ello, supongo, existen protocolos múltiples a nivel de detalle.
No imagino a una misión de rescate de rehenes en territorio enemigo, donde el grupo de élite destacado se siente a tomar café y a contar historias antes de extraerlos del peligro tras liberarlos, ni a un policía profesional que permita a su objetivo avise por su celular a sus compinches para que acudan a rescatarlo.
Pues bien, cuando la aprehensión de este sujeto, se le aprecia tranquilamente hablando por teléfono de cara a sus captores que sabían que cada segundo significaba un riesgo inconmensurable por el nivel de fuego de estos grupos.
No ceo que Ovidio, sí, era Ovidio Guzmán quien hablaba al teléfono aquella soleada tarde, marcarse a sus sicarios para que lo rescataran de las fuerzas del orden público, ni que éstas se lo permitieran a riesgo de su propia integridad; de seguro sus propios guardianes y acompañantes lo hicieron tan pronto se supieron cercados.
No, las fotografías del narcotraficante con un celular al oído en gran y tranquila plática con alguien conocido no eran de quien pide auxilio de cara a los fusiles de las fuerzas del orden público, menos de quien viese su seguridad y libertad en riesgo. Lo que vemos es a un joven seguro y sosegado, dueño de la situación, a grado de tomarse su tiempo para hablar con su interlocutor, cierto de no correr ningún peligro y seguro de salir sin problemas ni rasguños de su ¿captura?
Dos son las cosas que algún día tendremos que saber: quién le autorizó a hacer una llamada durante su captura y a quién.
Al tiempo.