Por Aurelio Contreras Moreno
Una de las manifestaciones que mejor retrata la miseria que caracteriza al intercambio político público en nuestro país, aunque con particular fuerza en Veracruz, es la guerra sucia entre quienes se disputan el poder y que para ello convierten a los medios, tradicionales o no, en el escenario de sus reyertas.
De hecho, con la masificación de las redes sociales, la guerra sucia se ha convertido casi en la única herramienta a la que recurren los políticos para aporrear a sus adversarios. Sobre todo, las filtraciones de materiales muchas veces obtenidos de manera ilegal.
Ése ha sido el tenor de las últimas campañas en el estado. Y por lo visto, no va a cambiar, haya o no elecciones en puerta. En los hechos, este tipo de intercambio entre la clase política se ha mantenido intacto, de forma permanente, durante el primer tercio del gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares, en un flujo de podredumbre interminable que, no obstante todo lo anterior, exhibe nítidamente la verdadera calidad moral de los involucrados.
En los últimos episodios de la guerra sucia en Veracruz, lo mismo se busca desviar la atención de las evidentes pifias y carencias gubernamentales del presente trayendo a colación las del pasado reciente, que propinar golpes letales sobre la de por sí endeble confiabilidad de los diferentes actores políticos, que al ser exhibidos tal cual son, en sus corruptelas, incongruencias y falsedades, se muestran entre sí tan parecidos, tan iguales, que sería casi imposible hacer distinciones entre ellos.
Esta semana, pasamos de los nuevos audios de conversaciones privadas entre el ex gobernador Javier Duarte y su entonces tesorero Tarek Abdalá para desviar dinero público hacia la política electoral, a la publicación de imágenes en las que aparece el presidente municipal electo del puerto de Veracruz, Fernando Yunes Márquez, dirigiendo unas palabras durante una comida en la que también se aprecia entre los asistentes ni más ni menos que al recientemente detenido jefe de una banda del crimen organizado de la región de Coatzacoalcos, Hernán Martínez Zavala, alias el “Comandante H”.
En el primer caso, se trata de la reiteración de lo que todo Veracruz ya sabe: que estuvo gobernado por una pandilla de sátrapas encabezada por Javier Duarte de Ochoa, cuyo halo corruptor envolvió todos los niveles imaginables, y más allá, del escenario público no sólo de Veracruz, sino de todo el país. Muy conveniente, por cierto, para el actual grupo gobernante, en un momento en el que la certeza de su incapacidad para enfrentar la violencia criminal en la entidad necesitaba de un nuevo distractor que, valga decirlo, cada vez es menos efectivo, a fuerza de la indiscriminada repetición.
Pero en el segundo caso, el golpe fue seco, directo a lo que algunos analistas llaman la “banda de flotación” del grupo político gobernante, al verse exhibido uno de sus prominentes miembros, ni más ni menos que uno de los hijos del actual gobernador, departiendo en el mismo lugar que un criminal acusado, entre otras cosas, de haber mandado a asesinar a cuatro niños inocentes hace menos de 15 días. Las explicaciones dadas por Fernando Yunes, “yo no convoqué a la comida ni a ninguno de los asistentes, a la mayoría de ellos no los conocía”, es tan pueril como insuficiente.
Al final, queda una sola certeza: de izquierda a derecha, de arriba para abajo, es la misma mierda.
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