Desde Filomeno Mata 8
Por: Mouris Salloum George*
Durante décadas en la administración pública, el señalamiento de Gonzalo N. Santos, el preboste de la huasteca potosina fue emblemático; “La moral, es un árbol que da moras”, explicó. Esa expresión fue motivo de gracejadas que marcaron toda una época, y que explicaron una buena parte del proceso postrevolucionario.
La corrupción fue un tema tabú en el lenguaje de la política nacional; ningún libro de texto gratuito que se recuerde tuvo un apunte, una ligera referencia sobre la necesaria lucha por la ética política. México era una tierra de abundancia, un país mágico donde todo se podía y nada tenía límites.
Y así crecimos. El carácter del mexicano, su psicología, no era proclive a la moderación ni a la templanza cuando de ejercer el mando se trataba. Vivimos las consecuencias de no haber sido educados ni prevenidos en la ética democrática del poder; a pesar que desde los tiempos precolombinos nos inundaban las enseñanzas de las grandes civilizaciones que poblaron estas tierras.
Es sabido que ni Morelos, ni Juárez impusieron grandes castigos a los corruptos; sólo la palabra empeñada en moderar la pobreza y la indigencia, y recomendar la no exultacion de la riqueza, aconsejar la honrada medianía entre los servidores públicos de una nueva República.
Los mexicanos fuimos testigos de varios intentos éticos fallidos, desde la tarea educadora de algunos miembros del Porfiriato, como Justo Sierra, quien procuró a través del positivismo funcional, poner coto a la corrupción y al aniquilamiento moral.
José Vasconcelos no pudo ejemplificar con su conducta una cruzada educativa dirigida a los alfabetizados, los que quedaban después de esa vorágine de sangre y de reyertas revolucionarias que amenazaba no dejar piedra sobre piedra. Alfonso Reyes emitió en 1944 la Cartilla Moral, una guía valedera para defender los preceptos de la ética laica.
Desde entonces para acá, la molicie; el descuido de esas áreas tan importantes para la formación de los mexicanos. En la agenda de alemanistas, ruizcortinistas, y todo lo que siguió, la enseñanza ética fue una asignatura pendiente, desafortunadamente.
Un país destruido se reconstruye con política, no hay otra solución, pero atrás de cualquier medida política, de cualquier jugada de ajedrez, de cualquier imaginación, debe estar el indispensable ejemplo del gobernante y de su equipo cercano de trabajo. Sobre él se construyen los cimientos de una nueva nación; la moral política es insustituible.
Para lograr lo posible, debe empezarse por lo hasta hoy imposible. La ética es el tema indeclinable. Sin ella no habrá seguridad ni justicia; todo lo demás puede salir sobrando o explicarse a partir de premisas de honradez, limpieza y transparencia indispensables.
Pero hace falta una distinción básica; la moral del sujeto común y corriente no puede ser igual a la moral del hombre de Estado. Si la primera se encierra en sí misma, si se amuralla en el santuario de la conciencia individual, la segunda debe asistir a la plaza pública y socializar sus valores; debe ser una política moral que se haga presente en la acción colectiva, sin caer en una práctica que –en nombre de la eficiencia– destruya los límites morales y que paralice al actor.
La moral del hombre de Estado no puede circunscribirse a mandamientos del sentido común de caballo. La moral del estadista rebasa el campo reducido de las moralinas; al hombre de Estado se le exige algo más que no mentir o no traicionar.
La profesión de fe en la moral pública tiene que ver necesariamente con la visión profunda y de largo aliento, con la planeación de Estado, con las políticas que cohesionen en el objetivo de la unidad, con el liderazgo de gran calado, con la comprensión exacta del sentido proverbial de la mexicanidad. Sin parar mientes en la exaltación de las virtudes comunes, pues pueden ser paralizantes.
Si no es así, podremos seguir considerando a la moral como un árbol que da moras; nunca podremos abandonar el aldeanismo de las conciencias. El peligro ahí está en estos temas indeclinables.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.