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La muerte de Garza Sada fue un acción de odio, jamás de valentía

Redacción Por Redacción
23 septiembre, 2019
en Jorge Miguel Ramírez Pérez
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Jorge Miguel Ramírez Pérez

Hablar mucho conduce a cometer errores. La verborrea marea, y muchos parecen desconocer que los seres humanos somos imperfectos y por eso es saludable reconocer los propios desatinos. A todos nos ha sucedido. Por eso la mesura aún de lo pasional, proverbialmente tiene fama de recomendable y mientras mas encumbrada está la persona, mas se le exige cuidado con lo que se dice.

Pedro Salmerón a quien se le atribuye el elogio a los que mataron en los tiempos de Luis Echeverría al empresario Eugenio Garza Sada, es un parlanchín con datos que acomoda con especulaciones a su gusto. Lo suyo son opiniones de rabia lejos del rigor histórico que presume. Está acostumbrado a ser aplaudido por sus públicos: las masas manipuladas de estudiantes graduados en la mediocridad, o de maestros y aficionados de un tipo de historia en extremo ideologizada y poco objetiva, experiencias que no le sirvieron para cuidar las precisiones en su hinchada formación de orador de aulas universitarias, también para desgracia nuestra, atiborradas de simuladores.

Porque deben dejarse claros algunos detalles que llevan a la reflexión no solo de las palabras mal usadas o provocativas, como la de atribuir valentía al hecho de un secuestro, sea a quien sea; sino también, el contexto de incoherencias que vivimos los mexicanos, por el que se rompen la cabeza los intelectuales reputados de sesudos, preguntándose el origen y proceso de nuestra desventura social, a lo que responden desde sus mullidos sillones de funcionarios o de académicos, con el simplismo de que hay que destruir a los que producen, revelándose en ellos una forma de pensar andrajosa, la marxiana, como decía el maestro Daniel Bell, el autor de ese gran ensayo que es todavía vigente: “La Sociedad Postindustrial”.

Lo que Salmerón respondió en su defensa, fue acusar a la “derecha” de no leer el contexto; que como decía aquél neolonés también, Hermenegildo Torres, porfió en la necedad que lo confirma: porque lo escrito alababa como una acción valiente y desinteresada, motivada por la injusticia social a los de la Liga 23 de Septiembre, que fueron los autores materiales del crimen del empresario, hoy a punto de una exagerada cuasi canonización plutocrática de la oligarquía. Lo de acusar a la derecha, a un fantasma, es a la nada, para diluir las verdades por las que ocurrió ese crimen.

En ese punto concreto se muestra Salmerón como todo un intelectual orgánico del sistema de tipo priísta, incluso más que de la 4ª. Transformación. Sus conclusiones maniqueas son de una discursiva elemental, cuando mucho preparatoriana; a la vez se aferra a la tradición de ocultar los hechos, a cambio de una perorata, cual un iniciado en los decretos mágicos del activismo contestatario. En sus comentarios de los hechos ni por asomo aporta, una investigación histórica sistematizada, ni siquiera contribuye al relato puntual de luchas por el poder y de las venganzas, señalando los odios que Echeverría le tenía a Garza porque le condicionó su apoyo a la presidencia a cambio de impulsar al mismo cargo después de él, a Eduardo Elizondo un testaferro político del magnate, a la sazón gobernador de Nuevo León.

No abordó el alto funcionario en algo que pueda explicar las lagunas de la actuación violenta de la “Liga 23 de septiembre”, una organización sin planes, ni proyectos claros, porque para comenzar fue un engendro que se originó por parte de los Zuno, los parientes de la esposa de Echeverría. Eran el brazo armado del grupo que le disputaba el control del pistolerismo en la Universidad de Guadalajara a la FEG, la temible Federación de Estudiantes de Guadalajara, comandada por Carlos Ramírez Ladewig el delegado del IMSS en Jalisco, quien en esas reyertas también fue ajusticiado.

Salmerón no solo no produjo una hipótesis de trabajo sino con aplaudir a los criminales cerró oficialmente la investigación. No hizo su chamba de Director de los Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Su tesis es que hay que matar a los que tienen el poder, aunque tal como sus alabanzas a Villa y Zapata, los alzados no tengan planes, programas, proyectos, ni ideas que no sean la de las violencias interminables.

Seguramente esos intelectuales orgánicos del poder de hoy, como los de ayer creen las versiones de las historias oficiales de los libros de primaria. Para ellos hasta Colosio les debe parecer un político antisistema, como se ha propalado entre el “pueblo bueno y sabio”, pero tremendamente ingenuo para creer y a la vez malicioso para actuar. No se analiza la única verdad compuesta: que Zedillo era el candidato del compromiso geopolítico pactado desde el principio con Salinas y que Colosio era el enemigo mortal de Raúl Salinas.

Esos que se contentan con acusar a la derecha o a la izquierda así nomás, son los que no están enterados que Lenin, era un agente de los alemanes sus patrocinadores. O son de los que todavía no les llega la noticia de que Castro fue el instrumento, para echar de la isla a Meyer Lansky el gánster mas poderoso del continente, quien tuvo que irse con su industria de emociones fuertes a la concesión de Las Vegas, por una orden de Eisenhower. Con esa clausura “revolucionaria” los estadounidenses tuvieron que gastar la fiesta adentro de su país y se acabaron hasta hoy, las evasiones multimillonarias que se le escapaban al Departamento del Tesoro, por ser externas.

Lo que debía investigar Salmerón no es el grado de valentía de un asaltante que privilegia la sorpresa alevosa; sino plantear la hipótesis del doble papel de la llamada “Liga 23 de septiembre”, que era una guerrilla como la zapatista, a modo de los intereses del mando político, que ex profeso le generó legitimidad al sistema. Ni en Colombia ha sucedido tal apología de la violencia guerrillera como la que Salmerón justificó: hace dos años, hasta el hijo del líder de las FARC, Jorge Briceño, el Mono Jojoy, le pidió perdón a Colombia por la violencia que provocaron.

No se si al “camarada” Salmerón le produzca su odioso desatino, la eficaz renuncia a esa burocracia dorada de Gobernación; o le pase lo que al multiasesino el Goyo Cárdenas, que recibió un aplauso de esa mayoría tan recordada de priístas, que lo alabaron en la cámara.

Con razón la CNTE quiere letras de oro en San Lázaro.

Pero lo que si deja entrever el funcionario es que los disparates son comunes tanto en su grupo político, como en el presuntuoso Sistema Nacional de Investigadores, al que pertenece; e incluso a la escuela fifí de tecnócratas: el ITAM, donde es un profesor destacado. Por eso ni se inmuta.

La conclusión es obvia: los simuladores hasta en la academia abundan, no solo en la grilla.

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